Hasta finales del siglo XX, nuestra vida estaba condicionada por la ciudad donde habitábamos, pero hoy en día lo está por las empresas y las organizaciones de mercado, que obligan a replantearse valores éticos como la justicia y el bienestar. Tenemos casas, pero nuestro hogar es el estilo de vida que hemos elegido según nuestros intereses económicos. No es que antes la vida estuviera limitada por las ciudades; había intercambio de ideas y personas que borraban las fronteras, pero los valores morales estaban fuertemente unidos a ellas, y los grupos sociales (familia, vecindad, trabajo, escuela e iglesia) hundían sus raíces en ese punto geográfico. Ahora, gracias a los transportes y las telecomunicaciones, se puede acceder a todos los lugares del planeta, y la tecnología permite a la mayoría de los humanos dominar el mundo de la empresa, compartir experiencias y usar nuevos lenguajes que nos aproximan y nos convierten en una especie superior en términos darwinianos.
El mundo es cada vez más pequeño: A conoce a B, que conoce a C, que conoce a D, que me conoce a mí, formando así una red de conexiones entre gente que tiene cosas en común. Nos sentimos menos marginados porque estas relaciones nos acercan ideológica y psicológicamente a millones de personas, lo que sería imposible en un mundo limitado a las ciudades. Al mismo tiempo, elegimos dónde, cómo y con quién vivir en un mundo globalizado que nos obliga a ser consumidores y no ciudadanos: compramos y votamos en mercados; trabajamos y estudiamos en empresas, viajamos y nos comunicamos a través de sistemas complejos que involucran a otros mercados y otras empresas, y en este contexto, nuestra casa es importante porque es el cruce de caminos de todo ese entramado. Se emplea más tiempo y esfuerzo en los mercados y en las empresas que en hablar con los vecinos, porque nuestra conexión con el mundo no es territorial, sino tecnológica.
Cuando trabajamos, compramos, nos divertimos, rezamos o votamos, son las empresas y las organizaciones las que conectan estos aspectos de nuestra vida; no pretenden tener un control total sobre ella, sino que cada una se conforma con la parte correspondiente. Quieren nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestro voto y se benefician por separado de nuestras costumbres y nuestra lealtad. Levi’s quiere vestirnos, Volkswagen transportarnos, CNN informarnos, Cruz Roja hacernos solidarios, nuestros hijos esperan que pasemos más tiempo con ellos y nuestro jefe que trabajemos mejor. Antiguamente, la iglesia aglutinaba la espiritualidad con la política, la cultura y la economía. Hoy todas las facetas humanas se canalizan a través de empresas, así que pensando en términos de mercado y no sólo de comercio, es posible unir el “valor” con los “valores”. Ya existen mercados como el ecoturismo, el asesoramiento matrimonial o las ONG, que combinan ambos planos. Otros, en cambio, como la política, son un ejemplo de mercado ineficaz caracterizado por su estrechez de miras, por la escasa calidad del producto y por un mal servicio al cliente. Resultarían más admisibles si se abrieran a otros valores aparte del poder, la buena imagen y la publicidad engañosa, porque lo que hace eficaz a cualquier empresa es su conciencia de organización social.
La brecha entre “valor” y “valores” empezó a abrirse hace casi 30 años, cuando las empresas tuvieron que renunciar a los métodos tradicionales para adaptarse a las nuevas exigencias del mercado en lo referente a sus estructuras, sus finanzas y su lucha con la competencia. Apareció la empresa horizontal que funciona en equipo, que apoya a sus trabajadores y, mucho más importante, que presta atención a los valores humanos. Se publicó un gran número de libros sobre el tema del valor y los valores, lo que llevó a muchas empresas a redactar una “Declaración de Principios” donde se recogían las actitudes que se esperaban de los trabajadores: equilibrio, honradez, trabajo en equipo, enfoque al cliente, innovación, rapidez y formación. Dichas declaraciones se aproximaban a lo que significa trabajar con un objetivo común y se asociaban a los valores ciudadanos, pero no se invirtió el dinero ni el tiempo necesarios para llevar esos principios a la práctica y el intento fue inútil.
El conflicto radica en que las empresas sólo consideran los “valores” un medio para conseguir el fin, que es el “valor”. Sitúan al margen el valor económico y asignan la tarea sobre los valores morales al departamento de Recursos Humanos. Para algunos, la solución se encuentra en hacer lo contrario: supeditar el valor económico a los valores morales, pero tampoco resuelve el choque de intereses porque las empresas están para obtener beneficios. El “valor” económico es uno de los “valores” humanos y, por eso, ambos deben ser un medio y un fin.
Esta separación se da en otros mercados. Para el consumidor, el dinero es un “valor” para comprar productos y poco le importan los valores de la empresa que los vende. Las noticias sobre el valor económico (inflación, recesión...) no hablan de los valores, así que la conexión debe hacerla cada uno individualmente. Por ejemplo, la falta de dinero entre los jóvenes de Oriente Medio (valor) los convierte en cantera para los fundamentalistas (valores). La separación es terrible, pero simplemente decimos “así están las cosas”. En 1992, la ignorancia de Bush en temas económicos hizo que Clinton ganara las elecciones porque era más importante el “valor”. Se vivió un momento de prosperidad económica hasta 2000, cuando se volvieron más importantes los “valores” y Clinton no salió reelegido por su conducta inmoral con M. Lewinsky. Bush ofreció valores cuando el valor seguía en la cumbre y sólo volverá a ganar si mantiene esa actitud.
En el ámbito familiar también podemos preguntarnos qué prima más, si el valor o los valores. ¿Se anima a los hijos a que estudien lo que les gusta, a sabiendas de que no ganarán mucho dinero, o al contrario? En general, los padres no saben resolver este dilema y toman partido por el valor porque ellos ya lo han hecho, aunque cada vez hay más casos de gente que cambia de trabajo para lograr ambas cosas.
Así pues, ni valor sin valores ni lo contrario. La empresa, la familia y la política son mercados donde compartimos tiempo y esfuerzo con otras personas y donde es posible obtener beneficios tanto económicos como morales.
Isaac Aguirre
Muchas gracias!! Está muy interesante