Introducción
El mercado de consumo masivo —que fabrica productos normales para gente normal— lo inventaron organizaciones que tienen que mantener sus fábricas y sus sistemas funcionando de manera rentable.
Detente un segundo y piensa en la naturaleza regresiva de esa frase.
Primero fue la fábrica, la cual condujo al mercado de masas. No al revés.
Las instituciones típicas (una compañía de seguros, un sello discográfico, una fábrica de camas) no podían permitirse una personalización masiva, no podían permitirse hacer un producto diferente para cada usuario. La mentalidad era así: este es el próximo disco de The Eagles. Tenemos que hacer un disco que sea comprado por la masa, porque, de lo contrario, no será un éxito y las masas comprarán otra cosa.
Todo se basa en esta idea de que todo el mundo es igual, al menos por lo que respecta al marketing.
Los profesionales del marketing llegaron a la conclusión de que cuanto más se ajustase el mercado a la rígida definición de masa, más dinero ganarían.
La masa nos proporcionó rentabilidad y productividad, haciéndonos (a algunos) ricos. La masa nos proporcionó naciones enormes, concediéndonos (a algunos) poder. La masa permitió a los poderosos influir en millones de personas, otorgándonos (a algunos) el control.
Y ahora, la masa se muere.
La corriente ha cambiado de sentido, y la masa como motor de nuestra cultura ha desaparecido para siempre. Ahora, el mundo tiene más información, más opciones, más libertad y más interacción. Y sí, más rareza.
Esa idea puede resultarte incómoda. Si tu trabajo gira en torno a encontrar a las masas, crear para las masas, o vender a las masas, este cambio parece muy amenazador. Algunos, sin embargo, lo consideran la oportunidad de su vida. El fin de las masas no es el fin del mundo, pero sí representa un cambio enorme, y este manifiesto te ayudará a reflexionar acerca de la oportunidad que representa.
Bienvenidos a lo raro
Me encuentro en la esquina de la Primera Avenida y la Calle Ocho en Manhattan. ¿Existe alguna esquina comercial más efervescente en Nueva York?
Mira, ahí está el centro cultural islámico al otro lado de la calle, justo al lado del establecimiento de alitas de pollo Atomic Wings. A la vuelta de la esquina se encuentra Veniero’s, una legendaria panadería italiana. Puedo ver a un grupo de veinte turistas chinos delante, simplemente pasando el rato. Detrás de mí está Momofuku, una versión moderna de los tradicionales bares de fideos orientales, dirigido por un chef coreano que se crio en Virginia. Cruzando la calle hay un rico abogado de la parte alta que camina acompañado de un chico tatuado de barrio (o tal vez se trata de un abogado tatuado y un turista bien vestido). La acera está tan repleta de gente que tienes que bajar a la calzada si quieres detenerte.
Ni siquiera he mencionado el lugar en que se venden hierbas hidropónicas, al chico que vende bulbos de azafrán de las Indias, o el Nuyorican Poets Café, donde poetas, famosos y desconocidos se reúnen mientras el dueño los interrumpe desde el fondo. Hay panaderías que venden pan sin gluten, o panaderías veganas.
Nada de lo que sucede a mi alrededor sería considerado normal por un visitante que viajase en el tiempo desde 1965. Por el contrario, hay choques de ideas, culturas y conceptos, todos inesperados, a menudo llenos de energía positiva.
El consultor de McKinsey y profesor de Oxford Eric Beinhocker calcula que hay diez mil millones de artículos a la venta solamente en la ciudad de Nueva York. Eso es mucho más que los doscientos artículos que había hace aproximadamente quinientos años.
Cuando las cantidades son de miles de millones son demasiado grandes para contarlas, demasiado grandes para almacenarlas, demasiado grandes para acaparar el mercado.
Diez mil millones de artículos, todos ellos reclamando nuestra atención, todos ellos gritando que los compremos, todos ahí, esperando que los elijamos. ¿Podemos estar de acuerdo en que prácticamente todo lo que hay en esa lista interminable es raro?
Javi Viteri
Seth Godin haciendo lo suyo en este libro. De verdad increíble