Introducción
La energía física es mucho más importante para la productividad económica de lo que los economistas que asesoran a empresas y gobiernos están dispuestos a reconocer. Los servicios de energía no solo comprenden una gran parte de la economía, sino la mayor parte de lo que la propulsa. Por ello, hemos de ser conscientes de que tanto la esperada recuperación económica como la transición energética llevarán más tiempo de lo que prevén los gobiernos, a menos que se destinen inversiones sustanciales hacia ciertas tecnologías y sectores muy específicos capaces de abaratar los servicios energéticos.
Por otra parte, la economía energética del mundo desarrollado es tan dependiente de los combustibles fósiles, que incluso el crecimiento más rápido que podamos imaginar de las energías renovables no podrá sustituirlos antes de que hayan transcurrido al menos unas cuantas décadas. Prácticamente toda la infraestructura fija de los Estados actuales (carreteras; autopistas; centrales eléctricas; transporte terrestre, aéreo y marítimo; industria de acero y química; construcción y calefacción) depende de combustibles fósiles. Incluso si el uso de coches eléctricos y paneles solares se extendiera con la rapidez que lo hizo Internet, aún seguiría siendo una gota en el océano de la energía que utilizaremos en las próximas dos décadas.
Aunque es cierto que el desarrollo reciente de las energías renovables ha sido espectacular, todavía necesitaremos mucho tiempo para que este sector alcance la escala necesaria. Entre tanto, si los países desarrollados optan por alcanzar a toda costa el futuro de las energías renovables, la economía basada en las fuentes de energía actuales se desplomará antes de que llegue dicho futuro.
Existe, no obstante, una opción intermedia entre seguir basando la economía en el combustible fósil, y centrar todos los esfuerzos en cambiar el modelo a energías renovables: reformar de manera radical el uso actual de la energía fósil para duplicar su cantidad obtenida por barril de petróleo o su equivalente en gas natural o carbón mientras no se generalicen las renovables.
Robert y Edward Ayres nos demuestran en este libro las estrategias posibles y reales de cómo llevar a cabo esta reforma sin tener que esperar ninguna revolución científica. Muchas empresas e instituciones ya lo hacen y otras tantas podrían hacerlo. La clave está en aprovechar la energía que se pierde al emplear energía fósil. Las consecuencias que esto tiene para las ciudades, el transporte, las empresas, los gobiernos y la economía en general pueden ser enormes.
Aprovechar la energía desperdiciada
La independencia energética es un problema cada vez mayor para todos los países cuyas economías dependen del petróleo. Los políticos, cada uno en función de sus respectivos signos ideológicos, prometen resolverlo o bien buscando nuevas fuentes de hidrocarburos y abogando por impulsar la energía nuclear, o bien apostando por un urgente cambio de modelo a favor de las energías renovables. Desafortunadamente, ninguna de estas dos propuestas es viable. La primera, porque, según los estudios geológicos más exhaustivos, las reservas de petróleo existentes en las zonas todavía no perforadas no son suficientes para asegurar dicha independencia (en EE. UU., por ejemplo) y la energía nuclear, aunque útil, no puede sustituir al petróleo y los petroquímicos. La segunda, porque no es posible llevarla a cabo a corto o siquiera medio plazo. Los obstáculos que supondrían la depreciación del capital, la sustitución masiva de la infraestructura obsoleta basada en los hidrocarburos y la movilización inminente de las inversiones serían enormes, además de que el tiempo necesario para superarlos hay que medirlo en décadas.
De manera paradójica, la vía más rápida de alcanzar la independencia económica y realizar un recorte drástico en las emisiones de carbono es dejar que funcione el antiguo modelo e invertir en modificaciones a corto plazo que podrían incrementar su eficacia y reducir las emisiones de gases tóxicos.
Podemos ver cómo esto funciona en la práctica con la ayuda del siguiente ejemplo del mundo real.
En la orilla sur del lago Michigan, muy cerca de la ciudad de Chicago, Indiana (EE. UU.), la Mittal Steel Company posee una fábrica de coque, un derivado del carbón que se obtiene mediante su calentamiento en vacío y que sirve como combustible de calderas industriales. Cierta cantidad del gas eliminado en este proceso se utiliza para calentar las calderas industriales. En fábricas convencionales lo captan, pero los subproductos del calentamiento de las calderas se sueltan al aire. Sin embargo, en la planta de Mittal Steel, no solo captan el gas, sino que utilizan el calor producido en el proceso para generar electricidad. Esta energía reciclada se obtiene sin aumentar las emisiones de carbono u otras toxinas. Aunque el proceso primario de fabricación del coque utiliza un combustible fósil, la producción de energía eléctrica no lo hace. Esta energía limpia se emplea para poner en funcionamiento las maquinas enrolladoras de la planta de acero adyacente a Mittal.
En 2005, la planta de coque de Mittal generó 90 megavatios de energía limpia. Este resultado, combinado con más de 900 megavatios de energía reciclada que produjo su rival U. S. Steel, superó la producción completa de energía solar en EE. UU. para aquel año. Sin embargo, la producción total de este tipo de energía en EE. UU. es de tan solo el 10% de la capacidad de las plantas industriales.
Otras empresas podrían construir instalaciones similares a la planta de Mittal Steel en un plazo de dos o tres años y serían rentables: la electricidad que produce dicha planta cuesta únicamente la mitad de lo que la central local eléctrica cobra a sus clientes.
A pesar de las reservas que pudieran albergar los ecologistas, tal como muestra el caso de Mittal Steel, la manera más eficaz y rápida de reducir las emisiones de carbono a gran escala es invertir en “cogeneración”, esto es, el reciclaje de la energía producida en los procesos industriales que utilizan combustibles fósiles en energía eléctrica. Esta energía reciclada es mucho más barata que la solar o la eólica y mucho más limpia que la obtenida de la biomasa.
Además del calor de las altas temperaturas, también podemos reciclar y convertir en energía eléctrica otras fuentes de energía que desechan las plantas industriales. En Rochester (Nueva York, EE. UU.), la Corporación Kodak posee un complejo de cinco millas de largo. En él, un sistema de presión a vapor que alimenta los procesos químicos recicla ahora unos tres millones de libras de lo que sería vapor desechable por hora y genera de ese modo energía eléctrica equivalente a 3,6 millones de barriles de petróleo al año. El ahorro que esto supone para Kodak es de 80 millones de dólares anuales en la factura eléctrica.
Otra fuente importante de energía apta para el reciclaje es el calor de baja temperatura que sueltan al aire o agua las grandes centrales eléctricas. La razón del desperdicio de este recurso es que el aire o el agua calientes no puede transportarse a una distancia muy larga sin enfriarse, pero esto no significa que no se les pueda encontrar utilidad.
El principal destino del calor de baja temperatura son los sistemas de calefacción de las viviendas. Esta calefacción, en su mayor parte, está basada en combustibles fósiles que podrían sustituirse en su totalidad por el calor de baja temperatura como subproducto de la generación de energía eléctrica.
La estrategia que habría que seguir en este caso se conoce como CHP (Combined Heat Production) o producción combinada de calor y electricidad. Las centrales eléctricas convencionales generan electricidad y desperdician el calor por encontrarse a una larga distancia de sus clientes. Sin embargo, si la producción de energía eléctrica se descentralizara para facilitar su producción en los sótanos o techos de los edificios de viviendas, centros comerciales, campus universitarios o polígonos industriales que la necesiten, el calor residual se podría utilizar para calefacción.
Sistemas avanzados de CHP descentralizado en los que se utilizan turbinas de gas, motores diésel o celdas de combustible de alta temperatura para producir calor y energía eléctrica en el mismo edificio son ya una realidad en algunos de los países más avanzados tecnológicamente. Así, por ejemplo, el sistema CHP ya produce más del 50% de la electricidad en Dinamarca, el 39% en los Países Bajos y el 37% en Finlandia.
La extensión del reciclaje de la energía industrial desechable y la descentralización de la generación de energía eléctrica supondrían un paso gigantesco hacia la independencia energética y la reducción de las emisiones de carbono.