Hasta hace poco, y debido a los conocimientos, el equipamiento y los costes requeridos para producir cosas a gran escala, la fabricación ha sido sobre todo una cuestión de grandes empresas y profesionales muy bien formados. Pero todo esto está a punto de cambiar; de hecho, ya lo está haciendo.
En la actualidad, hacer cosas (la manufactura) se ha vuelto digital: cualquiera con una invención o un buen diseño puede subir archivos a un servicio donde fabricar ese producto, en lotes pequeños o grandes, o hacérselo uno mismo con herramientas para la fabricación personal por ordenador cada vez más poderosas, como las impresoras 3D. Los emprendedores o inventores potenciales ya no están a merced de grandes empresas para fabricar sus ideas. Y no se trata de una mera especulación o de ciencia ficción: ya se puede percibir en un movimiento (el movimiento de los Makers, que podríamos traducir por “hacedores”), que avanza a un ritmo equiparable al de la primera revolución industrial o al nacimiento de internet.
Actualmente, hay en todo el mundo casi un millar de “espacios Maker” —instalaciones compartidas de producción—, pero están creciendo a un ritmo asombroso: solo en Shanghái se están construyendo un centenar. También hay que considerar el ascenso de empresas como Etsy, un mercado en internet para Makers con casi un millón de vendedores. O las 100 000 personas que cada año acuden a la Feria del Maker en San Mateo para compartir su trabajo o aprender de otros Makers, del mismo modo que hacen montones de ferias de Makers en el resto del mundo.
Mientras tanto, el incremento del “hardware abierto”, la otra parte del Movimiento Maker, está haciendo por los productos físicos lo que el código abierto hizo por el software. AL igual que las comunidades de programadores en línea crearon toda clase de cosas, desde el sistema operativo Linux hasta el navegador Firefox, nuevas comunidades de Makers están haciendo lo propio con la electrónica, la instrumentación científica, la arquitectura e incluso las herramientas para la agricultura. Hoy existen montones de empresas de hardware abierto valoradas en muchos millones de dólares; algunas de ellas, como la placa de desarrollo electrónico Arduino, han vendido más de un millón de unidades. También Google se ha unido al movimiento liberando componentes electrónicos de código abierto para conectar con los centenares de millones de teléfonos y otros dispositivos que funcionan con su sistema operativo Android.
Este movimiento emergente no tiene ni siete años de antigüedad, pero ya se está acelerando rápidamente, gracias al interés creciente de inversores de capital riesgo o a páginas de financiación colectiva, como Kickstarter, donde solo en 2011 casi 12 000 proyectos consiguieron cien millones de dólares en financiación.
El Movimiento Maker comparte tres características, todas ellas transformadoras:
- Gente que usa en casa herramientas digitales para diseñar nuevos productos y hacer de ellos prototipos.
- Una norma cultural para compartir esos diseños y colaborar con otros en comunidades en línea.
- Uso de estándares, para permitir que todo el mundo, si lo desea, pueda enviar sus diseños a servicios comerciales de fabricación (como MFG.com o Alibaba.com) para que los produzcan en el número que sea, con la misma facilidad que tienen ellos para fabricarlos en sus ordenadores de sobremesa. Esto acorta radicalmente el camino que va desde la idea al espíritu empresarial, igual que hizo internet con el software, la información y los contenidos.
Un caso real: la reinvención del aspersor. La mejor forma de reinventar una industria ya madura sería abrirla a las ideas de otros. Si quisiéramos reinventar —pongamos como ejemplo— el sistema automático de aspersión de agua para jardinería con el modelo Maker moderno, deberíamos resolver las siguientes cuestiones básicas:
- ¿Cómo podrían mejorarse esos productos si estuviesen conectados a internet?
- ¿Cómo podrían mejorarse si sus diseños fuesen abiertos, de modo de cualquiera pudiese modificarlos o mejorarlos?
- ¿Cuánto más baratos serían si los fabricantes no incluyeran en el precio la propiedad intelectual?
Esto fue precisamente lo que yo mismo hice: cree un aspersor avanzado llamado OpenSprinkler. En primer lugar, quise que fuera fácil controlarlo con un teléfono móvil. Si alguien se iba de vacaciones y se le olvidaba poner el sistema de riego, o quería saber el nivel de humedad durante un día de calor, no tenía más que buscar su smartphone.
Otro avance fue que mi sistema de riego era capaz de predecir el tiempo y no se activaba si para un día concreto se esperaba lluvia. Todo ello sin necesidad de suscribirme a sofisticados sistemas meteorológicos. Por último, el manual de instrucciones de OpenSprinkler estaba disponible en línea y disponía una interfaz gráfica fácil de usar.
La receta para un aspersor mejor era hacerlo abierto, conectado a internet y barato. Para convertirlo en un objeto real recurrí a una plataforma electrónica de código abierto llamada Arduino, que permite a cualquiera conectar la informática con el mundo físico debido a que resulta sencillo acoplar a un programa de ordenador sensores y activadores rápidos. Tras unos pocos meses de pruebas y la ayuda de unos cuantos colaboradores conseguí un prototipo muy funcional, que se conectaba a internet y, por lo tanto, con cualquier servicio de meteorología en línea.
Una vez terminado el prototipo se había completado la etapa de la invención, que, aunque utilizara herramientas de colaboración modernas, no distaba mucho de cómo han trabajado desde siempre los inventores. Lo que vino después es lo que marca la diferencia entre el pasado y el Movimiento Maker: una vez terminado el prototipo lo publiqué en línea bajo licencias de código abierto (nada de patentar la invención como se hacía antes), envié los diseños electrónicos a una empresa de ensamblaje, Advanced Circuits, y el diseño CAD de la carcasa a un servicio que lo convertiría en un molde que, a su vez, se envió a una fábrica de moldeado por inyección que pudiera trabajar a pequeña escala.
Calculé que una caja del cuadro de mandos de un OpenSprinkler, fácilmente programable y sencillo de manejar con un móvil, se podría fabricar y vender por unos 100 dólares con un modesto beneficio. De hecho, el OpenSprinkler salió finalmente al mercado por 79 dólares. Eso supuso un quinto del precio de mercado de un sistema de aspersión con prestaciones similares. Salir al mercado me costó menos de 5000 dólares, todo incluido, una fracción mínima de lo que solía costar antes poner en marcha una operación de fabricación.
Detrás de todo esto estaban personas trabajando conjuntamente con extraordinarias herramientas nuevas para llevar a cabo una revolución productiva. La configuración de la estructura industrial del siglo XXI diferirá mucho de la del siglo XX. Más que una innovación de arriba abajo por parte de algunas de las empresas más grandes del mundo, empiezan a verse innovaciones de abajo arriba proporcionadas por muchísimos individuos, entre ellos, aficionados, emprendedores y profesionales.
En la actualidad, los inventores cada vez comparten más sus innovaciones públicamente sin la protección de una patente. Eso es lo que hacen el código abierto, Creative Commons y todas las restantes alternativas a la protección tradicional de la propiedad. Lo consiguen porque los creadores creen que reciben más a cambio de lo que dan: el libre acceso ayuda a desarrollar sus inventos. La gente tiende a unirse a los proyectos abiertos prometedores, y cuando esos proyectos se comparten, las contribuciones también se comparten automáticamente. Los inventores reciben asimismo comentarios y sugerencias, así como ayuda en las promociones, la comercialización y la detección de errores del software. E incrementan el “capital social”, una combinación de atención y reputación (el buen nombre) que se puede utilizar en el futuro para favorecer los intereses del inventor.
Naturalmente, la nueva revolución industrial no se limita a las innovaciones abiertas. El desarrollo de productos convencionales de marca registrada se beneficia de las mismas herramientas para fabricar prototipos en casa. Estas nuevas capacidades están acelerando la innovación en las mayores empresas mundiales, desde los interiores de los automóviles Ford hasta los nuevos utensilios de cocina de IKEA. Empresas como General Electric están utilizando con sus propios empleados métodos de innovación al estilo de las comunidades Maker para desarrollar productos patentados: la innovación abierta no tiene por qué ser totalmente abierta. Lo que está claro es que las técnicas de fabricación digital sirven para automatizar lo que solía requerir una montaña de trabajo humano y unos carísimos equipamientos y herramientas. Ya no se requieren altas inversiones iniciales y se minimizan los errores que conducen a almacenes de existencias invendibles. El fracaso digital puede ser celebrado, pues el coste inicial es relativamente bajo, a diferencia del mundo tradicional de la fabricación donde el fallo implica la ruina.