El trabajo es una parte esencial de nuestra identidad. Asimismo, nuestras ocupaciones nos proporcionan el dinero necesario para mantenernos, divertirnos y sufrir por no ganar lo suficiente o gastar de forma imprudente. Algunos mitos de la felicidad como el trabajo ideal, el éxito o la riqueza pueden provocar crisis alarmantes, tanto si se consiguen como si no. Para evitar este malestar debemos comprender sus causas internas y reorientar nuestra atención hacia la generación de una mentalidad más fructífera.
Seré feliz cuando… encuentre el trabajo apropiado. Cada día hay más personas insatisfechas con su trabajo. La sensación de fracaso y decepción puede provocar crisis que nos hacen cuestionarnos nuestras aptitudes y nuestra motivación. Sin embargo, ignoramos que este proceso se produce de forma natural por la inexorable adaptación hedonista, también conocida como “efecto resaca”. Este desconocimiento podría llevarnos a decisiones apresuradas que conviene evitar.
Un estudio que se realizó a unos directivos de alto nivel reveló que, un año después de un cambio voluntario de trabajo, la satisfacción por el nuevo puesto se desplomaba y volvía al nivel anterior al cambio. Esto se debe a que el ser humano es capaz de acostumbrarse a todo lo que le gusta y anhela, de modo que, una vez alcanzado un objetivo, empezamos a sentir que no estaremos satisfechos hasta que lleguemos más alto. En conclusión, estamos programados para intensificar nuestras expectativas y deseos sin descanso.
La adaptación hedonista es un mecanismo necesario de adaptación evolutiva. Si la consecución de nuestros objetivos nos dejase completamente complacidos y satisfechos, la sociedad no progresaría mucho. El problema reside en que, pasado un tiempo, olvidamos lo que nos hacía sonreír en el trabajo y nos centramos en sus aspectos molestos y frustrantes. Cuanto más conseguimos, más felices somos; pero, cuanto más conseguimos, más queremos, lo cual anula el incremento inicial de la felicidad. Para evitar la infelicidad debemos alterar la adaptación hedonista refrenando la inflación de nuestras expectativas.
¿Cómo impedir que subestimemos nuestros empleos? Reviviendo experiencias concretas como nuestro antiguo (y menos satisfactorio) empleo. Si nos pagaban menos, podemos establecer una semana al mes en la que limitemos nuestros gastos al sueldo anterior. Y, si teníamos colegas desagradables, podríamos almorzar solos de vez en cuando. Incluso podemos visitar alguna vez los lugares de trabajo de amigos, conocidos y excolegas para compararlos con el propio. Así apreciaremos nuestro trabajo actual.
También podemos llevar un diario o redactar una lista de agradecimientos donde figuren los aspectos positivos de nuestro trabajo. Nada socava la gratitud tanto como las expectativas desmesuradas. Por otra parte, en vez de usar como punto de referencia un trabajo de ensueño que tal vez no exista, deberíamos cambiarlo por otro que introduzca la gratitud, por ejemplo, el que teníamos antes de conseguir el ascenso. ¿Y si hacemos de un día determinado el último en nuestro trabajo? Así apreciaríamos aquello a lo que nos planteamos renunciar.
En definitiva, el aprecio y el reconocimiento al trabajo actual es una de las vías más efectivas para refrenar expectativas y orillar la adicción a unos niveles crecientes de satisfacción. Las metas ambiciosas fortalecen la confianza en nosotros mismos, nos alientan al esfuerzo y nos ayudan a combatir la angustia, pero las expectativas sobrevaloradas nos arrebatan los placeres más importantes de la vida. La cuestión es cómo identificar estos impulsos y saber si nuestro hastío se debe o no a nuestra situación laboral.
Casi todos hemos oído hablar de los ciclos diarios que regulan el sueño y la vigilia. Sin embargo, pocos conocemos el ritmo ultradiano, que rige los periodos de fatiga que nos asaltan durante veinte minutos una vez cada hora y media. Tomarnos un descanso, dar un paseo, meditar, escuchar música, leer o charlar nos ayudará a neutralizar este fenómeno. Si después de esto seguimos sintiéndonos insatisfechos o estresados habitualmente, entonces sí que debemos considerar estos síntomas en serio.
Por otra parte, antes de tomar una decisión sobre nuestro futuro laboral, deberíamos redactar una versión optimista y otra pesimista de nuestras experiencias laborales para llegar a una conclusión lo más imparcial y objetiva posible. Si es posible controlar la forma de ver el pasado, mucho más lo es el modo de contemplar nuestro futuro. Entrenémonos mediante pensamientos positivos para interpretar los periodos de estrés o monotonía como efímeros y limitados, y no como algo relevante y duradero. Así sabremos lo realmente desgraciados que somos en nuestro trabajo actual.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta son las comparaciones sociales, que surgen de forma automática. A pesar de que nuestros ingresos aumenten, no nos sentimos más ricos, sino sumidos en la pobreza relativa. Compararse con los demás es inevitable, pero no así sus consecuencias negativas. Varias de mis investigaciones me han convencido de que confiar en nuestras propias normas internas y objetivas nos hace más felices, y por tanto menos proclives a los azotes de los juicios externos y las realidades ajenas.
Si prestamos oídos sordos a las comparaciones odiosas, eliminaremos la sensación de empobrecimiento que surge al descubrir que alguien es mejor que nosotros en algo. Maduraremos y, en vez de lamentarnos de nuestras carencias, reconoceremos el esfuerzo realizado y tomaremos las medidas para alcanzar el siguiente peldaño. En definitiva, encontraremos la felicidad de la búsqueda, una actitud que otorga una estructura y un significado a nuestras vidas creando obligaciones, plazos y horarios, además de oportunidades para dominar nuevas habilidades y relacionarnos con los demás.
Llegamos así a la pregunta del millón: ¿de dónde proviene esa chispa que necesitamos para dar lo mejor de nosotros mismos? Realizando la elección correcta del objetivo, algo factible y de lo que seamos dueños nosotros, que no esté reñido con un plan arraigado en nuestra vida y que nos haga sentirnos auténticos y maduros. Si la conclusión de esta reflexión arroja un veredicto negativo respecto de nuestro trabajo, quizá poseamos algún talento que podríamos fomentar sacando provecho a los periodos muertos y repetitivos en nuestro trabajo (estudiar, leer). Además, deberíamos hablar con nuestros allegados para convencerles del valor de lo que buscamos y ganarnos su ayuda y aliento. Por último, antes de asumir un riesgo, escribamos dos columnas, una con los beneficios previstos y otra con los costes probables, para saber si la salida de nuestro elemento valdrá la pena.
No seré feliz… si me arruino. En los últimos años, incluso personas acomodadas se sienten económicamente inseguras. En treinta años, en EE. UU., la posibilidad de que alguien reduzca sus ingresos ha pasado del 17 al 25 %. ¿Cómo se lidia con esta angustia y cómo se vive con estrecheces y se es feliz? Esta pregunta suscita la conocida cuestión acerca de la relación entre dinero y felicidad. Es verdad que cuanto mejor estamos económicamente, más felices nos declaramos, aunque con varias salvedades.
Nuestro sentimiento general no tiene por qué coincidir con la cotidianidad de la vida. En segundo lugar, la felicidad también procura dinero. Los más felices están mejor dotados para ganar más. Por otra parte, el dinero tiene un efecto más débil en los ricos que en los pobres. Los efectos positivos de mayores cantidades de dinero van disminuyendo e incluso reducen la capacidad de disfrutar de pequeños placeres. Además, unos ingresos más altos pueden alimentar aspiraciones mayores y hacer que nos sintamos pobres en relación con las personas cercanas que poseen más que nosotros.
El secreto para ser feliz con menos reside en practicar la antigua virtud del ahorro, que consiste en un uso óptimo y eficaz de recursos limitados mediante la diligencia, la templanza y la búsqueda de actividades satisfactorias y fructíferas. Por sí mismo, un comportamiento ahorrativo nos hace sentir bien y transmite una sensación de control que favorece el éxito.
Para ser ahorrativos hay que tener en cuenta que veinte años de investigaciones psicológicas demuestran que el impacto emocional de las experiencias negativas es mayor que el de las positivas. Por tanto, y dado que la felicidad tiene mucho que ver con no sentirse mal, debemos reducir o eliminar las deudas para evitar sentirnos esclavos de nuestros prestamistas.
Otro hecho constatado es que son las experiencias, y no las cosas, las que nos hacen felices. Por consiguiente, las personas más felices son las que tienen más capacidad de extraer experiencias de todo en lo que invierten su dinero. ¿Y qué experiencias son las más placenteras? Las sociales, puesto que es más probable que podamos revivirlas y recordarlas. De hecho, a medida que pasa el tiempo se vuelven más placenteras. Además, somos menos proclives a compararlas con las de los demás y con lo que podrían haber sido.
Otro aspecto positivo de las experiencias es que nos sentimos más identificados con ellas que con los objetos. Y, como pueden conllevar desafíos y aventuras, la superación de dificultades nos hace felices. Por último, la elección inadecuada de una cosa conlleva muchos costes. Eso se observa especialmente en las personas más materialistas y con relaciones sociales más vacías, que suelen sentirse más inseguras y menos queridas que las que no son así.
Vivir pequeñas experiencias positivas con frecuencia es más efectivo que disfrutar de unos pocos grandes placeres. En consecuencia, repartir nuestro consumo en dosis más pequeñas y separadas en el tiempo puede aumentar nuestro placer. Dividamos nuestro dinero de bolsillo en varias partes y distribuyámoslo para gastarlo más de una vez a la semana.
También podemos convertir nuestras posesiones en actividades compartiendo nuestro piso o nuestro coche o usando nuestro iPod para aprender. Otra estrategia económica para estimular la felicidad es el alquiler, que nos permite acceder a más objetos y experiencias que carecen de utilidad marginal y no nos obligan a afrontar costes por mal funcionamiento y reparaciones. Los investigadores han descubierto que en EE. UU. los propietarios de viviendas son menos felices que los inquilinos.
Pero ¿tiene vivir con menos algún beneficio intrínseco? Sí. La inseguridad económica modifica nuestras costumbres y nos hace menos consumistas. Además, nos hace más proclives a unirnos y preocuparnos por los demás. La estrechez económica puede brindarnos una oportunidad ideal para encontrar algo que nos apasione, saborear las pequeñas cosas, librarnos de lo que nos sobra y asumir riesgos. En lugar de rumiar la desgracia, nos concentraremos en tareas y aptitudes útiles.
Seré feliz cuando… sea rico. Tras lograr el éxito económico, muchas personas sufren una confusión inesperada que las lleva a la desilusión y la depresión. No obstante, estas experiencias son evitables. Comprender el funcionamiento de la adaptación hedonista y saber que esta es aún más rápida tras acontecimientos muy positivos nos ayudará a prepararnos ante ese momento, aumentar las posibilidades de prosperar y no sucumbir a la insatisfacción.
Para empezar debemos ser conscientes de que hay muy pocas cosas en la vida que lo sean todo, ya que nunca podremos experimentar algo por primera vez dos veces. En ocasiones, el vacío que sigue a un gran logro provoca una espiral física y mental descendente. A la postre, estamos programados para desear, no para sentir gratitud.
Cuando nos acostumbramos al dinero y no conseguimos el placer esperado, tendemos a culparnos por no haber elegido bien. Como decía Adam Smith, las normas sociales son capaces de crear nuevas cosas necesarias, de manera que uno acaba avergonzándose de no vivir sin ellas. En efecto, los economistas han descubierto que dos terceras partes de los beneficios de un aumento de sueldo quedan neutralizados al cabo de un año por la aparición de nuevas necesidades y nuestra relación con personas de un nivel de ingresos más alto.
Las consecuencias de esta realidad operan de dos formas dañinas: nos impiden disfrutar de nuestra riqueza y pueden conducirnos al materialismo y el consumismo desenfrenados, hasta el punto de que, cuanto mayor sea la cantidad de dinero gastada, tanto menor la felicidad derivada de ello. Para reconocer nuestras inclinaciones materialistas podemos realizar el siguiente test. Valora del 1 al 5 hasta qué punto estás de acuerdo con cada una de las siguientes afirmaciones, siendo 1 totalmente en desacuerdo y 5 completamente de acuerdo.
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Admiro a las personas que tienen casas, coches y ropa caros.
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Las cosas que tengo expresan bien a las claras lo bien que me va en la vida.
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Me gusta tener cosas para impresionar a la gente.
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Trato de llevar una vida sencilla en cuanto a posesiones se refiere.
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Comprar me proporciona mucho placer.
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Me gusta que haya mucho lujo en mi vida.
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Mi vida sería mejor si tuviera ciertas cosas que no tengo.
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Sería más feliz si pudiera permitirme comprar más cosas.
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A veces me molesta bastante no permitirme comprar todas las cosas que me gustaría.
Invierte la puntuación del punto cuarto, es decir, si te concediste un 1, cámbialo por un 5, y si fue un 4 cámbialo por un 2 y así sucesivamente. Después suma todas las puntuaciones. La media es 26,2. Cuantas más veces estés de acuerdo con las afirmaciones, más alta será tu puntuación y mayor tu materialismo.
Identificar estas tendencias importa porque, en general, los materialistas se sienten menos satisfechos y agradecidos con sus vidas, aspiran a menos, se sienten menos capaces, son más antisociales y mantienen vínculos débiles con los demás. El materialismo nos vuelve menos amables y sensibles, y menos proclives a ayudar y a aportar a nuestras comunidades.
Para evitar esto, hay que gastar el dinero de forma que nos haga felices. Además de gastar de forma espaciada, virtud del buen ahorrador, el mayor beneficio emocional lo confieren los gastos que satisfacen al menos una de estas tres necesidades básicas: aptitud (sentirnos capaces); vinculación (pertenencia); y autonomía, es decir, dominio y control sobre la propia vida. Este hábito proporciona felicidad y no estimula los deseos de naturaleza adictiva. Además, puede desencadenar auténticas oleadas de felicidad, pensamientos optimistas y actos de generosidad que se refuerzan mutuamente.
Un método de llegar a estos estados de gozo es gastar en los demás. Varios estudios indican que el gasto altruista causa una felicidad igual o mayor que el gasto en nosotros mismos porque nos sentimos más positivos y nuestra angustia por la pobreza y el sufrimiento ajenos disminuye. Invitar a un colega a comer, llevar a un hijo al circo o a nuestra pareja a ver un partido pueden proporcionar más alegría al donante que al receptor.
Otro hábito que aumenta la satisfacción del dinero es alargar la espera. Lamentablemente, muchos equiparan expectativa a inquietud y espera a aburrimiento. Pero lo cierto es que el tiempo que transcurre entre el día que compramos algo y el día en que disfrutamos de ello parece tener unas cualidades especiales porque nos permite compartirlo con amigos, saborear el futuro objeto o experiencia, y hacer planes y preparativos.
La recomendación extraída de varias investigaciones es que deberíamos pagar nuestro objeto días o semanas antes de experimentarlo. Sin embargo, gracias al crédito rápido y fácil, muchos hacen lo contrario, disfrutan de la compra ahora y la pagan después. Esta conducta fomenta el impulso de comprar y, según mis cuentas, anima a la gula, la codicia, la pereza y la lujuria. En realidad, estas compras de gratificación inmediata no son las que nos hacen sentir realizados de forma duradera.
Una táctica útil para disfrutar del éxito es impedir que agrande nuestros defectos. Si el éxito saca a relucir nuestras mejores virtudes y nuestros peores defectos, el momento de prepararse para ese instante es ahora mismo. Identifiquemos el punto débil que tememos que pueda acentuarse y elaboremos un programa de superación personal para evitarlo. ¿Tiendes a ser brusco con tus empleados inferiores? Durante las próximas semanas, cuando estés insatisfecho con el trabajo de alguien, imagina que esa persona es tu terapeuta, sacerdote o jefe y trátala de acuerdo con su estatus.
También podemos prevenir las compras compulsivas esperando 48 horas siempre que nos asalte el impulso de comprar. Aún mejor, podemos elaborar dos listas mensuales de artículos que necesitemos realmente y que deseemos con todas nuestras ganas. A continuación, nos comprometemos a no rebasar un límite fijo de gasto y a no pasar a la segunda lista hasta que la primera se haya agotado.
Cabe reiterar que debemos hacer todo cuanto podamos para evitar caer en la rutina hedonista. Las prácticas descritas más arriba evitarán que seamos presa del desánimo y que tomemos decisiones que nos impidan renovarnos, desarrollarnos y cambiar a mejor. La clave de la felicidad no radica en el éxito, sino en lo que hagamos con él; no en lo elevado de nuestros ingresos, sino en su distribución.
Ricardo Alvarez
Excelente libro
Cristian Navarro Fernández
Empecé este resumen por pura casualidad (ya que no es un tema que suela leer aquí en Leader Sumaries) y ha pasado en convertirse en uno de mis favoritos de la biblioteca. La genialidad del libro radica en abordar una serie de ideas comunes y extendidas en la sociedad - o por lo menos yo he visto muchas de estas en gente de mi entorno - para luego explicar el porqué de estas y como solucionarlas. Precisamente por lo anterior me encanta, porque su fórmula es sencilla: problema y solución + los porqué de ambos. Un IMPRESCINDIBLE de tú biblioteca de crecimiento personal y relaciones sociales.