Introducción
Lo que ahora importa, más que nunca, es que cuestione sus supuestos, renuncie a su vanidad, reconsidere sus principios y eleve sus miras… y que desafíe a otros a que hagan lo mismo. De modo que la pregunta que debemos formular es la siguiente: ¿cuáles son las cuestiones fundamentales que determinarán si su organización prospera o se hunde en los próximos años? Hay cinco que destacan por encima de las demás: valores, innovación, adaptabilidad, pasión e ideología.
- Valores: En una economía de libre mercado siempre se producirán excesos; pero, en un mundo justo, la irresponsabilidad egocéntrica sería demandada por desprestigiar el capitalismo. La tarea de conseguir que la sociedad confíe en las grandes corporaciones exigirá nada menos que un verdadero renacimiento moral en el ámbito de los negocios.
- Innovación: Sin una innovación permanente, el éxito es efímero. La innovación debe convertirse en la tarea cotidiana de todos y cada uno de los miembros de una organización. Después de una década de hablar acerca de la innovación, ha llegado el momento de cerrar la brecha que existe entre retórica y realidad.
- Adaptabilidad: Habitualmente, los cambios en una empresa están motivados por las crisis; son lentos, traumáticos y caros. A medida que el cambio se acelera, también debe hacerlo el ritmo de renovación estratégica de manera que se produzcan grandes cambios con "poco dolor". En un mundo donde los líderes de la industria pueden convertirse en rezagados de la noche a la mañana, la única manera de sostener el éxito es reinventarlo.
- Pasión: La innovación y la voluntad de cambio son productos de la pasión. Reglas insignificantes, objetivos pedestres y estructuras piramidales contribuyen a drenar la vitalidad emocional en el lugar de trabajo. Quizá eso no tiene importancia en la economía del conocimiento, pero no hay duda de que importa en la economía creativa.
- Ideología: Existe una ideología de gestión que endiosa el control. Podemos resignarnos al hecho de que nuestras organizaciones nunca serán más adaptables, innovadoras o inspiradoras de lo que son hoy, o bien podemos buscar una alternativa al credo del control y gestionar el equilibrio entre este y la libertad.
Tenemos la oportunidad de construir un nuevo principio. No tenemos por qué vivir con organizaciones inflexibles, inhumanas y éticamente cuestionables. Podemos crear organizaciones que sean fundamentalmente nobles, que honren cada impulso creativo, que cambien antes de que se vean obligadas a hacerlo, que lleven pasión al corazón y estén libres de burocracia. No será una tarea sencilla, pero a lo largo de estas páginas, es posible que encuentre inspiración y enseñanzas suficientes para echar a andar. El objetivo, después de todo, es hacer que nuestras organizaciones sean mucho más adaptables, innovadoras e inspiradoras sin hacerlas menos eficientes, disciplinadas u orientadas hacia el rendimiento.
Ahora los valores importan
En un mundo interconectado, un fallo a la hora de prestar la debida atención a un proveedor puede provocar una amenaza de contaminación alimentaria a escala mundial. Y una decisión que supone un riesgo para la calidad puede ocasionar una retirada global. El punto crítico es el siguiente: como las decisiones de los actores globales son excepcionalmente significativas, sus normas éticas deben ser excepcionalmente ejemplares. Es fácil sentir pena por Mark Hurd, el ex director ejecutivo de Hewlett-Packard que fue destituido de su cargo a causa de lo que fue, aparentemente, una infracción relativamente menor de las reglas éticas de la empresa. Ignoro si en ese caso particular se hizo justicia, pero sí sé que es bueno que se espere que los líderes influyentes actúen con excelencia.
Si la economía global aumenta el impacto de las opciones éticas, también lo hace la web. Nike, Apple y Dell son solo algunas de las compañías castigadas por hacer la vista gorda ante las prácticas de empleo de personal de sus proveedores asiáticos que no cumplían con los estándares de calidad exigidos. En la red no hay rincones oscuros: los corruptos serán expulsados inevitablemente. La web también está produciendo una nueva clase de conciencia global, un sentido más profundo de nuestra interconexión.
La pregunta para usted y su organización es simple: ¿será un líder de los valores o un rezagado de estos? Es muy fácil criticar duramente a los directores ejecutivos estafadores y a los banqueros avariciosos, pero ¿qué me dice de usted? No podemos esperar que los demás sean buenos administradores si nosotros no lo somos. Si bien algunos ejecutivos proyectan una sombra moral más grande que otros, todos debemos cargar con la responsabilidad de proteger el capitalismo de los vándalos éticos.
Desde Adam Smith hasta Ayn Rand, los defensores del capitalismo han sostenido que el bien común alcanza su máxima expresión cuando cada individuo es libre para perseguir su propio interés. Creo que esta afirmación es verdadera, aunque con una salvedad fundamental. Al igual que sucede con la fisión nuclear, el interés propio funciona solo en la medida en que exista un vaso de contención: un conjunto de principios éticos que asegure que el interés propio ilustrado no se funda hasta convertirse en simple egoísmo. Por desgracia, hoy el agua subterránea de los negocios se encuentra excesivamente contaminada por el desagüe superficial de la “egomanía” con anteojeras morales.
Como padres dedicamos una enorme cantidad de energía a socializar a nuestros hijos. A pesar de que un hijo adolescente rebelde piense que la mejor forma de servir a sus intereses consiste en abandonar el instituto e irse a vivir con su novia, es probable que sus padres tengan una opinión muy diferente. Eso es lo que hacen los padres: enseñan a sus hijos a convertirse en administradores de sus propias vidas. El problema radica en que, si es un gestor o un ejecutivo, sus obligaciones de administración responsable se extienden mucho más allá de usted y su familia, si bien en los últimos años muchos líderes de negocios han evadido alegremente esas responsabilidades. Por esa razón, muchos ejecutivos languidecen cerca del fondo de la lista de confianza.
Todos aquellos que hemos apostado por el futuro del capitalismo tenemos la innegociable responsabilidad de mejorarlo, y debemos comenzar por elevar nuestras propias normas éticas y desafiar a los demás para que hagan lo mismo. La rehabilitación del capitalismo no se producirá a través de programas de arriba hacia abajo de responsabilidad social corporativa (RSC). Las nuevas y astutas estrategias destinadas a producir conjuntamente beneficios privados y sociales también serán insuficientes.
Una gran iniciativa de arriba hacia abajo, no importa lo admirable o incluso rentable que pueda ser, nunca podrá sustituir un sentido de responsabilidad moral de abajo hacia arriba que informe de cada decisión. La moralidad corporativa necesita ser proactiva e incisiva, y habitualmente no es ninguna de las dos cosas.
¿Por qué, como gestores, estamos absolutamente dispuestos a aceptar la idea de una compañía dedicada a valores humanos intemporales, pero, en general, somos reacios a convertirnos en defensores prácticos de esos valores dentro de nuestras organizaciones? Tengo una corazonada. Creo que la vida corporativa es tan explícitamente profana (tan mecánica, mundana y materialista) que cualquier intento de inyectarle una nota espiritual parece algo descabellado y fuera de lugar: el equivalente en el lugar de trabajo a leer la Biblia en un prostíbulo.
No hay nada de malo en valores utilitarios como beneficio, ventaja y eficiencia, pero carecen de nobleza. Y, como hemos podido comprobar tantas veces en los últimos años, cuando los líderes corporativos y sus seguidores no son esclavos de algún propósito social meritorio, corren el riesgo de ser esclavizados por sus propios e innobles apetitos. Un sentido de propósito enriquecedor es más que un impulso para alcanzar un logro individual, es una póliza de seguros necesaria contra la conveniencia y la incorrección. Por definición, toda organización está “guiada por los valores”. La única pregunta es: ¿qué valores ocupan el asiento del conductor?