La necesidad del caos

Resumen del libro

La necesidad del caos

Por: Ori Brafman Judah Pollack

Cómo liberarse de la tiranía de las estructuras rígidas y generar casualidades para impulsar nuestros negocios y nuestro futuro
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Introducción

 

Si aceptamos la premisa de que nuestro mundo es cada vez más caótico, nos topamos con una curiosa paradoja: al intentar mantener a raya el caos, nos arriesgamos a asfixiar las innovaciones y las ideas nuevas que contribuirán a impulsar nuestros negocios y nuestro futuro.
Para contrarrestar este peligro, tanto en la vida como en el trabajo, todos necesitamos “caos contenido”, porque ello nos vuelve más eficaces. Incluso instituciones altamente estructuradas como el ejército de EE. UU. están beneficiándose de la mayor variabilidad, la ausencia de estructuras rígidas y la carencia de propósito claro a la hora de formar a sus máximos responsables y guiar la toma de algunas decisiones.
El general Martin Dempsey es veterano de la guerra de Irak y actual jefe del Estado Mayor Conjunto del ejército de EE. UU. Antes de ello fue el encargado de la formación de oficiales. Su mayor preocupación era la falta de imaginación y liderazgo. Para atajar estos problemas, recurrió a Ori Brafman, el coautor de La araña y la estrella de mar, libro que había leído durante un viaje, y le hizo la siguiente pregunta: ¿cómo puedo cambiar el ejército?
En este libro, Ori Brafman y Judah Pollack nos relatan su trabajo en el ejército de su país y aprovechan su experiencia como consultores de liderazgo y organización para exponer e ilustrar en qué consiste ese caos que no tiende a la destrucción, sino que insufla nueva vida.

El cerebro de Einstein y la neurobiología del caos

Einstein no fue un buen estudiante. Cuando se licenció en la universidad no cursó estudios de posgrado, sino que trabajó en la Oficina de Patentes de Berna. Que alguien así fuera capaz, a los 26 años, de exponer una teoría que cambiaría el mundo resulta extraordinario. Que diez años después volviera a revolucionar la física es un hecho casi sin parangón. Quizá una mente tan excepcional se correspondiese con un cerebro igualmente único. Por ello, cuando Einstein murió en 1953, el forense Thomas Harvey extrajo su cerebro y lo conservó para que pudiera ser estudiado.
En sucesivos trabajos, los neurocientíficos descubrieron que el genio alemán poseía una concentración de neuronas superior a la media en la parte del cerebro responsable de las matemáticas. Pero sus teorías no eran matemáticas, sino que se apoyaban en ellas. En 1985 se supo que Einstein poseía más células gliales que la media. Estas células aceleran la comunicación entre las neuronas. Pero, dado que aumentan con la edad, era normal que Einstein tuviera un número mayor de estas. Las investigaciones han continuado, pero nada indica que en el interior de la cabeza de este premio Nobel hubiera algo importante que lo hiciese destacar. Entonces, ¿qué hizo que Einstein se distinguiera de los demás?
En sus años de universidad, Einstein se saltó muchas clases. En vez de trabajar en los laboratorios, hacía excursiones por los Alpes. Fue el único de su promoción que se licenció sin haber encontrado antes un empleo. Alarmado, su padre no entendió que lo que hacía su hijo no era pasar el rato, sino ejercitar una parte especial y esencial de su cerebro. En vez de iniciar inmediatamente un doctorado, reunió a su propio grupo de colegas estudiosos en una escuela informal llamada Academia Olimpia. Cenaban, y en principio también debatían sobre un libro, aunque raras veces llegaban a una conclusión sobre él porque terminaban discutiendo de otros asuntos.
Tras la disgregación de sus miembros, el grupo se redujo a Einstein y a su amigo Michele Besso, quien le había conseguido un empleo en la Oficina de Patentes. Como explica Dennis Overbye en su libro Las pasiones de Einstein, a pesar de ser ajeno a la comunidad científica, Einstein siguió interesado en la física. Por otra parte, como no tenía nada que perder, no sintió miedo a la hora de plantearse, mientras caminaba por los Alpes, que quizá la luz no atravesaba el éter, sino que era capaz de desplazarse en el vacío. También le comentó a Besso que se había preguntado si acaso nuestra realidad no fuese relativa al movimiento de otras cosas. Tras hablar con su amigo y declararse incapaz de resolver el enigma, Einstein se fue a dormir. En un periodo de duermevela encontró la solución. Así nació la teoría especial de la relatividad.
Dos años después, mientras estaba recostado en su silla de la oficina, le vino otra idea: “Si una persona cae libremente, no sentirá su propio peso. Me quedé atónito”. Fue el principio de la teoría general de la relatividad, en la que se afirmaba que la gravedad podía combar la luz y el tiempo-espacio y que podían existir los agujeros negros. ¿Qué tienen estos hechos en común? En ninguno de ellos Einstein estaba concentrado en el estudio, sino haciendo otra cosa. Ni siquiera estaba trabajando, sino descansando o con la mente en blanco. Esto es posible porque, al contrario de lo que se creía, nuestro cerebro no descansa ni se desconecta. Simplemente cambia de actividad.
En la década de 1990, el escáner de resonancia magnética o FMRI permitió a los científicos ver la forma en que funciona nuestro cerebro. A partir de diversos estímulos o tareas específicas, los expertos podrían observar qué partes del cerebro se activaban o desactivaban. Pero la realidad desmintió su hipótesis, pues comprobaron que cuando la zona del cerebro dedicada a una tarea consciente parece desconectarse, se activa otra diferente. ¿Por qué se activa cuando no hacemos nada? El llamado ruido cerebral se convirtió entonces en objeto de estudios por varios científicos.
El neurocientífico Marcus Raichle descubrió que prácticamente no hay diferencia entre el grado de actividad cerebral cuando se realiza una tarea y cuando no se hace nada. Por otra parte, siempre que estamos en un estado en blanco se encienden las mismas zonas del cerebro, entre ellas las responsables de la memoria episódica, la reflexión, la consciencia y las emociones. Además, se comunican entre sí. Más que de ruido, deberíamos hablar de charla neurológica. Por eso Raichle denominó a este fenómeno red neuronal por defecto.
Sin embargo, lo más sorprendente es que esta red neuronal por defecto está siempre activa a menos que nos concentremos en una tarea. ¿Por qué dedica el cerebro tanto esfuerzo a algo aparentemente caótico e improductivo? Porque entre las partes activas de la red neuronal por defecto está el córtex cingulado posterior, que sirve para recuperar recuerdos, evaluar los cambios y tomar decisiones nuevas a la luz del pasado. Otro punto neurálgico de la red es el precúneo, que nos permite reflexionar sobre nosotros mismos y compararnos con los demás.
La red neuronal por defecto es el lugar donde nos planteamos el futuro, repasamos nuestra historia interna, planificamos y anticipamos. Esto no quiere decir que si nos pasamos el día pensando en las musarañas algo se activará por arte de magia. Más bien significa que, después de largos periodos de trabajo intenso, necesitamos relajarnos y “desconectar”. Así permitiremos que otra parte del cerebro sintetice y consolide todo aquello en lo que hemos trabajado para ayudarnos a descubrir su sentido y avanzar.

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Biografía del autor

Ori Brafman

Ori Brafman obtuvo un MBA en la Stanford Business School. A lo largo de su carrera profesional ha protagonizado numerosas iniciativas empresariales, como una empresa emergente online, un grupo de promoción de la alimentación sana y una red de directores generales de empresa que trabaja en proyectos de utilidad pública.

Judah Pollack

Judah Pollack es ponente asiduo de la Hass School of Business de la Universidad de Berkeley, así como de varias conferencias TED. Como experto en temas de liderazgo, ha trabajado con Google, SAP y Oracle. Últimamente ha desarrollado un programa para ayudar a los soldados estadounidenses a reintegrarse en la sociedad civil tras sus experiencias de combate.

Ficha técnica

Editorial: Empresa Activa

ISBN: 9788492921010

Temáticas: Innovación Innovación, desarrollo y cambio

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