La creatividad es fundamental para la supervivencia en nuestro planeta, para vivir en una sociedad aceptable y para conservar nuestros márgenes competitivos en el mundo de los negocios. A diferencia de la inteligencia general, la inteligencia creativa se centra en la forma de pensar y en las ganas de conseguir algo innovador o diferente.
Así pues, la inteligencia creativa es esa parte de la personalidad que conduce a lograr metas relevantes; está relacionada con la idea del bien y del mal y justifica las ganas de un individuo de asumir riesgos. Los resultados pueden ir desde arreglar algo que no funciona correctamente hasta pintar la Mona Lisa, pero si algo tienen en común ambos creadores es la gran pasión por su trabajo.
Diferenciar la inteligencia general de la inteligencia creativa es motivo de disputas académicas, pero aceptamos que la inteligencia creativa es innovadora, valiente, abierta, amena, revolucionaria y libre, frente a la inteligencia general que es conservadora, práctica, disciplinada, lógica, dirigida y realista. Los últimos estudios genéticos han demostrado que la herencia determina los niveles de inteligencia general. Además, la mayoría de los individuos posee algún tipo de creatividad y nuestra capacidad para almacenar e interpretar información depende de la inteligencia creativa. También sabemos que el test del Cociente Intelectual es poco significativo para conocer la creatividad de una persona porque no refleja los factores decisivos: motivación y necesidad de resolver problemas.
La necesidad de crear es un instinto natural en el ser humano. Desde la cirugía plástica practicada en la India en el siglo I a. C. hasta las sofisticadas herramientas que manejamos hoy, la inteligencia creativa ha transformado las estructuras políticas del mundo y ha favorecido el progreso de las civilizaciones. Sin embargo, muchas personas no aprovechan su talento o no tienen el entorno social adecuado. ¿Se puede modificar la inteligencia creativa de una persona? Es cierto que podemos mejorar nuestras capacidades, pero ello no conduce necesariamente a una actividad creadora. En el ámbito educativo, sería posible avanzar si las prácticas pedagógicas propiciaran nuevas formas de “explicar” las asignaturas que saquen a la luz la inteligencia creativa de cada alumno. Puesto que poseemos una capacidad innata, todos podemos alcanzar retos que se ajusten a nuestro potencial si el entorno educativo nos anima a experimentar y a “descubrir”.
La creatividad puede medirse con un test muy fiable, el Perfil de Potencial Creativo, que determina el estilo de inteligencia creativa de una persona. Además, el autor de este libro ha ideado el Inventario de Estilo de Decisiones, que esclarece la personalidad de un individuo y predice qué actividades serán las más satisfactorias a lo largo de la vida. La inteligencia creativa trabaja relajando la mente y aporta flexibilidad e intuición a la hora de afrontar un problema. Las soluciones innovadoras son ilimitadas si existe la motivación suficiente para encontrarlas. Por eso, las personas creativas son luchadoras, críticas, siempre superan las expectativas y ven con el “ojo” de su imaginación numerosas posibilidades que han dado lugar a los grandes inventos que hoy disfrutamos.
Otra forma de acercarse a la inteligencia creativa es contemplar el discurrir vital de las personas que han sido fundamentales en el desarrollo de la humanidad, muchas veces tachados de soñadores o visionarios. Pensemos en T. Edison, que al inventar la bombilla cambió radicalmente nuestra vida, en Beethoven, cuya Novena Sinfonía se ha convertido en un emblema de la música clásica o, más cercano a nosotros, Bill Gates, que persiguiendo su sueño ha dado un paso de gigante en la revolución tecnológica. La inteligencia creativa se manifiesta en todas las actividades humanas, pero ¿qué tienen en común los grandes creadores? Que son perseverantes, originales, arriesgados y críticos, tienen talento y visión de futuro y nos han legado cosas extraordinarias. En opinión de J. Piirto, lo que distingue a un creador es su personalidad: es imaginativo, intuitivo, arriesgado y acepta la ambigüedad. Para D. Perkins, el proceso creativo es un pensamiento profundo que encuentra soluciones en muy poco tiempo. Las personas creativas buscan y valoran la información importante, descansan, reflexionan y vuelven al asunto con la mente más despejada.
Los momentos creativos surgen de forma espontánea y la mente debe estar preparada para aceptarlos. Algunos científicos creen que nunca llegaremos a conocer por completo este fenómeno, pero existen ciertas actitudes comunes a todas las personas creativas: se comprometen a fondo porque creen firmemente en lo que hacen, necesitan poner orden y sentido en lo que les parece caótico, amplían su campo de trabajo, valoran datos contradictorios y asumen riesgos; los artistas se esfuerzan en reflejar su visión del mundo y los científicos manejan miles de datos para justificar su teoría. Pero, sobre todo, sienten una inquietud creativa que deben satisfacer, independientemente de las recompensas económicas o sociales que les aporte su obra.