A mediados de la década de los noventa, la Red era un salvaje oeste virtual: estaba desregulada, desinhibida y desestructurada. Millones de personas navegaban por ella y empezaban a comunicarse por correo electrónico, pero la abundancia y el aumento diario de los sitios web dificultaba enormemente la búsqueda de información concreta. Los primeros intentos de ayudar a los usuarios de ordenadores a encontrar información en Internet, como WebCrawler, Lycos, Magellan, Infoseek y otros, adolecían de múltiples imperfecciones.
En enero de 1996, dos estudiantes amigos de la Universidad de Stanford, Larry Page y Sergey Brin, formaron equipo para bajarse y analizar los enlaces de la Red que, según ellos, eran la clave para una búsqueda más precisa. Su teoría era la siguiente: contar el número de enlaces que llevaban a un sitio web era una forma de valorar su popularidad. Además, no todos los enlaces eran iguales por naturaleza, sino que unos eran más importantes que otros. Por tanto, había que dar más peso a los enlaces de los sitios más relevantes o aquellos que remitían a más enlaces. Jugando con su apellido y con los documentos de la Red que estaba estudiando en aquel momento, Page empezó a llamar “PageRank” a su sistema de clasificación de enlaces.
Este sistema pronto se convertirá en el prototipo de un motor de búsqueda omnicomprensivo, llamado “BackRub”, para uso interno de Stanford. Estaría basado en la tecnología convencional de los motores de búsqueda más el PageRank; era una forma de buscar información en Internet que suministraba resultados clasificados en orden de importancia. Mientras que los demás motores de búsqueda conectaban palabras de las búsquedas con palabras de los sitios web, “BackRub” colocaba los resultados de las búsquedas en un orden lógico para los usuarios de ordenadores. Por primera vez se había creado un modo de buscar y encontrar resultados rápidamente en Internet.
En otoño de 1997, Brin y Page decidieron que el motor de búsqueda necesitaba otro nombre. En una sesión de improvisación y tras varios intentos de encontrar un nombre original, un compañero de despacho de Larry Page, Sean Anderson, le sugirió a éste el término Googolplex (en matemáticas se refiere a un número inimaginablemente grande), ya que la idea era crear una empresa que buscara, indicara y permitiera a la gente organizar inmensas cantidades de datos. A Page le gustó la sugerencia, abreviada a Google (Anderson lo había escrito de manera incorrecta) y la registró ese mismo día.
En 1997, el motor de búsqueda ya estaba a disposición de los estudiantes, profesores y administradores de la Universidad de Stanford. La oficina de Patentes Tecnológicas de Stanford le otorgó la patente. Y los profesores y estudiantes de esta universidad empezaron a utilizarlo para buscar información online.
Por su parte, y dado que no tenía fondos para pagar a un diseñador ni el talento artístico para crear algo elegante, Brin elaboró una página principal de Google muy sencilla. El aspecto limpio y despejado del buscador atrajo desde el principio a los internautas en busca de información. En un mundo tan abigarrado, sus colores primarios sobre fondo blanco evocaban pureza, un atractivo universal. Todo ello estaba en abierto contraste con el cada vez mayor número de páginas de Internet atestadas de animaciones, colores metálicos, sonidos y luces. Google en absoluto daba la sensación de que quisiera vender algo, y por eso el público estuvo más predispuesto a aceptarlo como propio.
A principios de 1999, la empresa Google se trasladó a unas nuevas oficinas ubicadas en el centro de Palo Alto, Silicon Valley, California. Su motor de búsqueda ya era muy popular en Stanford y las personas relacionadas con la universidad, y recibía unas 100.000 consultas diarias. El crecimiento se había basado enteramente en el boca a boca y en los emails.
Page y Brin se habían puesto unas metas altas, pese al rechazo inicial de posibles socios e inversores, y su entusiasmo siguió creciendo al tiempo que lo hacía el número de sus usuarios. Google estaba todavía en período de pruebas cuando la revista PC Magazine lo incluyó en la lista de las 100 mejores páginas web y motores de búsqueda de 1998.
Los dos amigos fundadores cobraron aún mayor impulso gracias a la coincidencia de determinados factores. Los buscadores más conocidos del mercado en aquel momento, como AltaVista, Excite o Lycos, se estaban apartando del objetivo de invertir en la mejor tecnología de búsqueda, bien porque hubieran sido absorbidos por empresas mayores, bien porque se estuvieran dedicando a las ganancias que les generaba la publicidad de las empresas de nuevas tecnologías que acababan de salir a bolsa. El consiguiente empeoramiento en la calidad de las búsquedas impulsó a los usuarios a buscar alternativas, y en ese proceso fueron cada vez más los que se acercaron a Google.
La opinión dominante era por entonces que las páginas web generalistas iban a ser la puerta de entrada preferida a Internet, pero Page y Brin no estaban convencidos de ello. Al intentar serlo todo para todo tipo de personas, estos portales acababan por no responder a ninguna necesidad particular que distinguiera un sitio de otro, en un momento en el que Internet evolucionaba hacia la personalización. Por el contrario, los dos cofundadores tenían la firme convicción de que la búsqueda en Internet era el problema a largo plazo más importante que ellos podían resolver y que, al hacerlo, captarían decenas de miles de nuevos usuarios.
Habían invertido la mayor parte del dinero recaudado en más hardware, y la mayor parte del tiempo en la búsqueda de talentos y en la mejora del software, con el fin de garantizar la exactitud, rapidez y fiabilidad de cada búsqueda. Tenían un objetivo en mente: llegar a alcanzar la posición dominante en el ámbito de las búsquedas, en el preciso momento en que otras empresas estaban abandonando ese camino. Ambos se mantuvieron firmes en su creencia de que la búsqueda iba a ser fundamental para navegar por una web en creciente expansión.
Google se amplió a ocho trabajadores nada más trasladarse a las nuevas oficinas de Palo Alto, y siguió luchando para estar a la altura de cada vez mayor número de búsquedas diarias. Su peculiar sistema informático, consistente en un superordenador construido a base de adaptar ordenadores baratos y de software a medida, le había dado la potencia necesaria para gestionar una cantidad cada vez mayor de peticiones de búsqueda y de descargas de la Red.
A finales de 1999, Google registraba un promedio de 7 millones de búsquedas diarias, pero sus ingresos en concepto de patente seguían siendo escasos. Aunque a Page y Brin no les preocupaba hacerse ricos, tampoco querían que su empresa se quedara a mitad de camino. Si Google no era capaz de autofinanciarse, no podrían cumplir su objetivo de hacer gratis y fácilmente accesible a los usuarios toda la información del mundo. En ese sentido, y en lugar de centrarse en otorgar la patente de su tecnología de búsqueda a empresas, Page y Brin decidieron concentrarse en sacarle rendimiento permitiendo que los anunciantes llegaran directamente a su creciente y fiel legión de usuarios. Google seguiría ofreciendo gratis los resultados de las búsquedas, igual que las cadenas de televisión daban gratis los espectáculos y las noticias, y procuraría ganar dinero vendiendo a las empresas publicidad discreta y relacionada con las páginas de resultados.
La estrategia de negocio era sencilla: seguir produciendo resultados gratuitos de las búsquedas y sacar partido de la venta de anuncios. La clave estaba en dejar claro que los anuncios no condicionaban los resultados de las búsquedas. Page y Brin llegaron a la convicción de que en Google podían lograr la misma distinción que se da en los periódicos entre noticias y publicidad. Dado que no les gustaba en absoluto llenar la limpia interfaz que había sido su tarjeta de visita desde el principio, dejaron la página principal del buscador sin anuncios y establecieron unas normas muy estrictas sobre el tamaño y el tipo de anuncios que pondrían en las demás. Además, decidieron trazar una raya en la página de resultados para separar los resultados gratuitos de las búsquedas de los anuncios, a los que denominaron “enlaces patrocinados”. De esta forma, nadie podría decir que los resultados de las búsquedas estaban mezclados con los anuncios, aun cuando éstos recibieran más clics bajo el encabezamiento de “enlaces patrocinados” que si se llamaran simplemente “anuncios”.
Al principio, Google fijó los precios al modo de las empresas tradicionales de los medios informativos, basándose en la audiencia. Después de consultar con varios expertos y hacer pruebas con diferentes pantallas, decidieron poner anuncios en un cuadro claramente delimitado encima de los resultados gratuitos de las búsquedas. No querían estorbos para el usuario, de modo que no se permitían anuncios llamativos ni ninguna otra clase de gráficos que interfirieran con una búsqueda en Google. Los anuncios serían breves y de idéntico aspecto: un encabezamiento, un enlace y una breve descripción estilo haiku.
Empezaron vendiéndolos uno a uno, sobre todo a grandes empresas que podían permitirse costosas campañas de publicidad. Sin embargo, y gracias a su propia tecnología, pronto pasaron a un modelo que facilitaba que los anunciantes se registraran ellos mismos online. Esto reducía costes, permitía incorporar empresas medianas y ponía a Google por delante de servicios similares, en los que pasaba cierto tiempo desde que los anunciantes remitían el anuncio hasta que este aparecía.
Otra gran idea de los fundadores de la empresa en lo que respecta a la publicidad fue clasificar los anuncios por orden de importancia, igual que hacían con los resultados gratuitos de las búsquedas. En lugar de limitarse a poner los anuncios en función del precio pagado por el vendedor, Google los clasificaba según una fórmula que tenía en cuenta tanto el precio pagado, como la frecuencia de los clics de los usuarios en el anuncio. Los anuncios más populares aparecían arriba y, debajo de ellos, los menos populares en orden decreciente. Esto suponía confiar a los usuarios la clasificación de los anuncios y sería su tirón, más que la presión de los empresarios, lo que determinara dónde aparecían.