Como resultado del fracaso de las negociaciones entre los países miembros de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y las compañías petroleras, el 16 de octubre de 1973 seis estados del Golfo (Arabia Saudí, Irán, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Kuwait) decidieron aumentar unilateralmente el precio del crudo, haciéndolo pasar de 2 a 3,65 dólares el barril.
El 17 de octubre, en pleno auge de la guerra del Yom Kipur entre Israel, Siria y Egipto, los países árabes miembros de la OPEP decidieron instaurar un embargo y reducir la producción del petróleo en un 5%.
Entre estos dos acontecimientos, a pesar de las apariencias, no existe ningún vínculo directo. La subida unilateral del precio fue el resultado de largas y difíciles negociaciones entre los países productores y las grandes compañías petroleras, mientras que el embargo se adoptó como medida política. No tuvo nada que ver con la intención de subir el precio del petróleo, pero iba a revelarse como el mejor medio para llevar los precios a niveles incluso aún más elevados.
Durante décadas, el petróleo, abundante y barato, ha servido a Occidente de estimulante y de anestésico. Le ha proporcionado prosperidad, pero también arrogancia y ceguera. A finales de la Primera Guerra Mundial se contaban en todo el mundo dos millones de vehículos. En 1950, el número había llegado a los cien millones, para alcanzar, en el momento del embargo decretado por los países productores del Golfo Pérsico en 1973, más de 300 millones de coches y camiones. En aquellos días, dichos países tomaron como rehén a la economía mundial y la hicieron temblar. Sin embargo, la crisis fue aparente y en gran parte inventada.
Para comprobar que esto fue así, basta con examinar los hechos uno a uno. El 19 de octubre, en el mismo momento en que Arabia Saudí y sus homólogos árabes anuncian una reducción del 10% de su producción y el cese de todo suministro a EEUU y Holanda -por su continuo apoyo a Israel-, el presidente Richard Nixon anuncia públicamente la concesión de una ayuda militar al país hebreo por un total de 2.200 millones de dólares.
El insistente apoyo a Jerusalén provocó la furia de los países productores y los incitó a endurecer sus posiciones. No obstante, en realidad no ocurrió nada, y el embargo acabó pasados tres meses desde su comienzo, inmerso en la mayor confusión y sin saberse exactamente cuánto había durado, con qué rigor había sido aplicado y por qué se le había puesto fin. Los países productores no consiguieron el menor beneficio político.
Los saudíes nunca aplicaron el embargo al pie de la letra; en vez de eso, utilizaron los servicios de operadores independientes y de especuladores para salvar los obstáculos y vender a los países teóricamente “boicoteados”. La realidad estuvo muy lejos de la leyenda: en 1973, en ningún momento hubo una verdadera escasez de petróleo. Sin embargo, el clima de histeria que se respiraba en aquel entonces sí era real. El acto de llenar el depósito del coche de forma preventiva se multiplicaba y entre EEUU y Europa, enfrentados ese año a un duro invierno, desencadenaron un gran aumento de la demanda mundial de petróleo. Los consumidores, angustiados por la escasez y la subida del precio (5 dólares el barril), esperaban con impaciencia el regreso a los niveles razonables de antes.
La crisis de 1973 sirvió en realidad para fortalecer la omnipotencia de las compañías petroleras, que controlaban el 80% de las exportaciones mundiales. En los meses más duros del embargo, Exxon, Shell, Texaco, Mobil, BP, Chevron y Gulf registraron unos beneficios récord. La primera de ellas, por ejemplo, aumentó los suyos en un 80% respecto a 1972. Estas ganancias eran el resultado del considerable superávit conseguido sobre los stocks retenidos y del clima de histeria y miedo ante la escasez que reinaba en los países industrializados, que provocaron el estallido de la cotización.
Armando Sánchez
Y aquí la importancia de que los resúmenes tengan fecha de publicación al inicio, de menos para ponerme en contexto.