Introducción
Son muchos los individuos que hoy en día se sienten insatisfechos con la calidad de sus vidas. Su faceta profesional entra progresivamente en conflicto con su vida personal y acaba subyugándola. Vivimos en un mundo en el cual la frontera que separa el trabajo del hogar está desapareciendo. En los países desarrollados, la mayoría de los empleados tienen demasiadas cosas por hacer y muy poco tiempo para llevarlas a cabo. La tecnología, por su parte, pese a que ciertamente les ayuda a ser más eficientes en sus trabajos, también hace posible que los asuntos profesionales invadan más fácilmente la vida privada. Esto provoca que la necesidad de armonizar la vida profesional con la personal resulte más urgente que nunca.
El primer paso hacia esa armonía empieza por decidirse a ser los “jefes de nuestras propias vidas”. Una vez asumida esta idea, nos será posible fijar las nuevas reglas que nos ayuden a establecer el equilibrio entre el trabajo y el resto de nuestras actividades y, de esa manera, conseguir una vida más fácil, más sana y más feliz.
Lejos de clichés desgastados de autoayuda o soluciones uniformes, las autoras Ellen Ernst Kossek y Brenda Lautsch se proponen en el presente libro enseñarnos cómo identificar el modelo de vida que llevamos en nuestras circunstancias actuales y cómo encontrar, paso a paso, aquel que mejor se ajuste a nuestras necesidades. Cuando lo logremos, podremos cerrar la brecha abierta entre nuestros valores y nuestra vida actual y tener unas relaciones más satisfactorias con nuestra familia y amigos, clientes, jefes, compañeros de trabajo y, en definitiva, con nosotros mismos.
Maneras de conciliar la vida profesional y personal
Muchas personas se benefician en la actualidad de algún tipo de horario flexible cuyo propósito es conciliar su vida laboral y familiar. Sin embargo, esta flexibilidad pocas veces está a la altura de sus necesidades. A pesar de tenerlo todo (una casa, un buen trabajo, familia), estos individuos se sienten a menudo estresados y sobrecargados, no dejan de pensar en el trabajo que les queda por hacer y les parece que ejercen cada vez un menor control sobre sus vidas. Se puede decir que algunos han desarrollado sus propias “maneras de ser flexibles” o un conjunto de comportamientos psicológicos y físicos para gestionar las relaciones entre su vida profesional y la personal, fruto de una serie de decisiones conscientes o inconscientes. Sólo una comprensión total de estos comportamientos y de su funcionamiento en el ámbito familiar y profesional hace posible obtener un mayor control sobre ellos y crear una relación más sana entre el trabajo y la vida.
Si nuestra “manera de ser flexibles” se corresponde con los valores que profesamos, nuestra vida profesional y personal se complementarán entre sí o, como mínimo no interferirán la una con la otra. Por el contrario, cuando no existe esta correspondencia, las dos dimensiones de nuestras vidas compiten entre sí, se malgastan recursos, el nivel de estrés sube y nuestra efectividad como personas desciende, tanto en la oficina como en casa o en la sociedad.
Existen tres “maneras de ser flexible” que los individuos adoptan en sus vidas: se puede ser “mezclador”, “separador” o “equilibrista”. Los “mezcladores” se caracterizan por juntar su vida profesional con la personal a nivel físico, en lo que concierne al tiempo, horario o espacios y, a nivel psicológico, en lo que respecta a sus pensamientos, emociones y energía diarios. Al hacerlo, les resulta difícil trazar una línea divisoria entre su trabajo y su familia. Los “separadores” distinguen el trabajo de su vida personal, tanto a nivel psicológico como físico, centrándose en su profesión cuando trabajan y en su vida personal cuando están en casa. Evitan hacer lo contrario y, cuando se ven obligados a ello, tratan de crear un espacio separado para sus tareas dentro de la propia casa o encontrar un hueco en su tiempo personal para ir a la oficina y cumplir allí con sus tareas. Los “equilibristas”, por su parte, oscilan entre los comportamientos de los dos grupos anteriores, a veces dividiendo y a veces mezclando su vida profesional con la privada.
Cada uno de estos grupos de personas tiene sus subgrupos, que bien pueden controlar su vida y ser felices, bien sentirse infelices e insatisfechos. Así, en la categoría de “mezcladores” se identifican dos subgrupos: los “amantes de la fusión”, a los que les gusta la fusión de los dos aspectos de la vida, que sienten que son ellos los que la controlan y que creen que tal mezcla no entra en conflicto con sus valores; y los “reactivos”, que abominan de dicha unión, no pueden controlarla y se sienten desgraciados por ello.
A los “amantes de la fusión” el estilo de vida que llevan les ayuda a ahorrar tiempo y les permite cumplir con sus distintas responsabilidades. El ejemplo más típico sería el de aquellas personas que, durante una reunión de trabajo, escriben un email a su esposa para preguntar si su hija ha aprobado los exámenes, que para evitarse una carga excesiva de trabajo el lunes abren sus correos electrónicos en casa los domingos por la tarde, o reciben una llamada de trabajo mientras preparan la cena. En cada uno de estos casos, un “amante de la fusión” cambia sin problema su papel en respuesta a los impulsos internos o externos, y se siente satisfecho con ello. Los “reactivos”, por el contrario, se ven atrapados por la creciente confusión entre su vida privada y profesional, sienten que la última invade la primera o viceversa y desearían tener más control sobre este proceso. Las madres solteras o los padres con horarios incompatibles representan a los miembros de este grupo.
Un estilo de vida completamente diferente es el que tienen los “separadores”. Estas personas mantienen disociadas sus actividades profesionales de las personales. Algunas de ellas optan por priorizar el trabajo frente a la vida privada, mientras que otras deciden hacer lo contrario; ambos grupos coinciden en intentarlo todo para evitar que los dos aspectos de sus vidas se entremezclen. Igual que en el caso de los “mezcladores”, el grupo de los “separadores” se puede dividir en dos subgrupos: los “primaristas” (para los que prima bien el trabajo, bien la familia) y los “cautivos”.
Los “primaristas” asumen que su estilo de vida implica la separación de su trabajo y su vida personal y eligen favorecer el uno frente al otro. Un tipo de “primarista” es alguien que convierte sus responsabilidades profesionales en prioridad, está disponible a cualquier hora para sus clientes y a menudo trabaja hasta muy tarde o durante los fines de semana. Otros “primaristas” consideran que lo más importante es su familia y no dejan que el trabajo interfiera en su dedicación.
Los “cautivos” son aquellos “separadores” que se sienten atrapados en su papel profesional o personal por una interferencia indeseada entre estos dos roles. Algunos empleados a los que se les prohíbe llevarse el trabajo a casa (por el carácter confidencial del mismo o porque sus superiores prefieren supervisarlos en directo y mantener reuniones frecuentes con ellos), o los que tienen que trabajar más horas al día o los fines de semana para tener tiempo que dedicar a sus hijos, experimentan este tipo de cautividad.
Por último, están los “equilibristas”, que a veces integran y a veces separan sus vidas profesionales y personales dependiendo de sus circunstancias y prioridades. Esta categoría cuenta con dos subgrupos: los “sincronizadores de calidad” y los “luchadores del trabajo”. Los primeros aprovechan los cambios en sus horarios (por ejemplo, el paso de la semana al fin de semana o la parte del año con más trabajo a la parte del año con menos) para decidir cuándo unir o distanciar la dimensión laboral de la dimensión familiar. Así, algunas personas pueden llegar a trabajar hasta 60 horas semanales durante los primeros meses del año y aminorar el ritmo en la época estival para dedicarse más a su familia. Los segundos, los “luchadores del trabajo”, se enfrentan a más obstáculos cuando desean integrar o separar trabajo y vida privada, o viceversa. En esta situación se encuentran a menudo aquellas personas que, por su actividad, tienen que viajar con frecuencia y, por tanto, tienen menos libertad para distribuir su tiempo.
Cada persona trabajadora pertenece a alguna de estas tres categorías de “maneras de ser flexible”, y cada una de ellas tiene sus ventajas e inconvenientes. La clave para aceptarlas o luchar para modificarlas está en el grado de control que ejercemos sobre ellas y el grado de satisfacción que nos proporcionan: cuanto menos control, más necesidad de cambio y viceversa. Lo mismo vale para la satisfacción. Una vez tengamos claro a qué categoría pertenecemos, necesitamos indagar en las ventajas y las desventajas de cada una de ellas para descubrir cuál es la que más nos conviene.
Juanjo Massó
Libro de conceptos muy simples.