Introducción
Ciertos equipos han sido, a lo largo de la historia, los catalizadores de grandes cambios en sus respectivas actividades. Cómo fueron la gestión y el liderazgo de dichos equipos es el objeto de análisis del libro Equipos Virtuosos. Los cambios promovidos no han consistido en simples mejoras ni han sido modificaciones cuantitativas, sino que han constituido una verdadera innovación en su ámbito, ya se trate de las artes, las ciencias, la política o la empresa.
El término “virtuoso team” se aplica a un equipo integrado por expertos cuya creatividad se presta a analogías artísticas o musicales y que, por su carácter, exige una gestión no convencional. Tal equipo se crea cuando la situación requiere un cambio cualitativo, radicalmente distinto de las prácticas anteriores en un negocio. Lo integran los mejores profesionales de sus respectivos campos (aquellos que poseen un mayor grado de “virtuosismo” en lo que hacen). El liderazgo en este equipo se ejerce de tal manera que permite el rendimiento óptimo de los “virtuosos” que lo integran. Es un equipo que posee un mandato bien definido y orientado hacia la consecución de un cambio significativo.
Un grupo de estas características y su liderazgo guardan principios propios de funcionamiento muy diferentes de los que inspiran a los equipos tradicionales. El liderazgo ocupa un papel preponderante, pues le incumbe al líder disponer el escenario para la ejecución de las actuaciones individuales dentro del contexto del equipo. Él es el creador absoluto de la idea que necesita de un conjunto de superestrellas para ser desarrollada y él es quien selecciona a los miembros del elenco. Su presencia ha de ser total: física, espiritual, emocional e intelectual. Es el que guía, critica, nutre, rechaza, pone a prueba y educa. Entre estos principios de liderazgo, destacan especialmente siete:
- El líder del grupo debe infundir visión, cultura y acción dentro del mismo. Un “virtuoso team” requiere de un líder fuerte, con visión potente y ambiciosa que garantice la cohesión del equipo mediante su carácter irresistible, audaz y atento, que al mismo tiempo asegure un lugar para cada uno de los participantes. El papel del líder debe ser central y su presencia constante. Aun sin experiencia previa como tal, es imprescindible que sea un virtuoso en su propia especialidad. Su comunicación con los demás no se ve obstaculizada con cortesías innecesarias, sino que es abierta, sincera y directamente ligada al asunto en cuestión. Es implacable en su crítica de las ideas o el desempeño del trabajo, pero sin llevarlo al terreno personal.
- El líder recluta a los mejores talentos sin conformarse con lo que pueda estar disponible en un determinado momento. La práctica predominante en nuestro tiempo a la hora de reclutar talentos para equipos es basarse en la actitud y luego formar al individuo. Sin embargo, si se quiere constituir un auténtico “virtuoso team”, es necesario basarse ante todo en las habilidades, sin que importe demasiado la actitud. Incorporar a los mejores implica para el líder buscar talentos dentro y fuera de la empresa a fin de concentrar en su equipo la potencia necesaria para inclinar de su parte las probabilidades de éxito. El principio se traduce en encontrar a los profesionales de mayor talento, crear un ambiente de equipo donde ese talento es valorado y dejar que libere todo su potencial.
- El esfuerzo del líder se distribuye por igual entre el cliente y el equipo para lograr un resultado óptimo. Un “virtuoso team” no sólo exige a sus integrantes el mayor esfuerzo, sino que también intenta influir en la experiencia del cliente ofreciéndole unos niveles de cumplimiento más elevados de lo que él pueda esperar. De esta manera, por un lado, el equipo se carga de energía y, por otro, se refuerza la confianza del cliente. Ello se debe a que la visión del cliente en este contexto no se limita a la de alguien que quiere simplemente adquirir productos, servicios o soluciones, sino a la de un sujeto que además es capaz de exigir y valorar los grandes cambios que conlleva aquello que se le ofrece. Al final, el producto refleja la idea que la empresa tiene de su cliente, de forma que si esa idea es mediocre, el resultado también lo será; por otra parte, a ese cliente solo se le podrá retener hasta que aparezca un competidor y se lo lleve. Es en este punto cuando surge la necesidad de un “virtuoso team”.
- El líder pone el acento en el “yo” individual dentro del equipo frente al “yo” colectivo. Hay que evitar que uno o varios grandes talentos en el seno de un equipo se inhiban para que los demás queden satisfechos. Muchas empresas contratan cada año a gente de cualidades extraordinarias y, sin embargo, obtienen resultados mediocres. La causa de esta paradoja reside en que se suelen poner limitaciones precisamente a esas cualidades extraordinarias por las que se contrató a esas personas. Estas limitaciones pueden adoptar la forma de barreras impuestas por el título o la función, el mérito o la experiencia, la preocupación por el respeto a las reglas antes que a la obtención de resultados, el castigo de la discrepancia y el premio a la conformidad y, en general, la preeminencia del “nosotros” sobre el “yo” en todo. En un “virtuoso team”, lo principal es crear un contexto liberador para cada “yo” individual, no sacrificarlo en aras de un falso consenso o armonía. El reconocimiento de las superestrellas por su alto rendimiento es algo que debería estar bien visto y no al revés.
- Las empresas fomentan la creación de un mercado del talento dentro de sí mismas para posibilitar la constitución de los “virtuoso teams”. Este “mercado del talento” se construye posibilitando la movilidad interna a la hora de constituir un “virtuoso team”, sin que el rango que pudo haber ocupado una persona sea impedimento para un nuevo proyecto en el que la empresa ha puesto todas sus esperanzas. La movilidad interna debe emular el mercado real de talentos, aunque en muchas empresas exista un rechazo instintivo hacia esta práctica. Por otra parte, los proyectos son los garantes de la eficacia del “mercado de talentos”. Es natural que los grandes talentos aspiren a formar parte de los grandes proyectos y con los grandes líderes, lo que constituye, a su vez, significativas oportunidades de crecimiento y progreso. En efecto, en cualquier actividad empresarial los proyectos son esenciales para desarrollar la ventaja competitiva, el aprendizaje relacionado con la organización, el despliegue del talento o la concreción de las metas. La movilidad del talento obliga a los líderes a cuidar y desarrollar su propia reputación para poder así atraer a los mejores para sus equipos.
- El líder actúa como un poderoso canal de ideas. El líder se convierte en tal cuando su trabajo responde con éxito al desarrollo y cumplimiento de dos tareas básicas: saber cómo, dónde y cuándo adquirir talento e ideas y ser capaz de conjugarlos en el seno de la empresa. Aunar ideas y talentos implica crear un ambiente en el equipo donde predominan el diálogo, la discusión y el debate intensivos y donde cuenta más el “flujo” de las ideas que la “reserva” de conocimientos.
- El líder estimula el flujo de ideas en su gestión del espacio, tiempo y procesos. En un “virtuoso team”, la conversación y el diálogo adquieren una importancia singular porque ponen en funcionamiento la dinámica de ideas capaz de producir el gran cambio deseado. Esta dinámica requiere de un espacio donde la presencia y la participación del líder sean constantes y donde exista una proximidad física y emocional suficiente. Los procesos destinados a llevar las ideas a la práctica son, ante todo, procesos de experimentación con grandes cantidades de material novedoso para ver lo que da resultado y lo que no. Estos procesos encuentran su expresión material en prototipos puestos a prueba una y otra vez hasta que se da con el modelo deseado.
Algunos grandes equipos que ha dado la historia reciente han sabido provocar cambios revolucionarios en sus respectivas actividades; un acercamiento a ellos permite al observador extraer valiosas lecciones y ejemplos. Sus campos de actuación han sido de muy diversa índole: científica, de entretenimiento, investigadora o empresarial. Sin embargo, tienen en común unos objetivos comerciales concretos, la dedicación a un área en la que la competencia se mostraba feroz y el hecho de que, al final, todos alcanzaron el éxito.
Cada uno de los casos que describiremos a continuación presenta una oportunidad para el aprendizaje porque en ellos los equipos asumieron riesgos, desplegaron su ambición, contrataron a los mejores profesionales, consiguieron que cada miembro del equipo diera el máximo de sí y establecieron unas bases de liderazgo de cuyas experiencias podemos continuar beneficiándonos en la actualidad.
West Side Story o el equipo descortés
Al analizar el éxito demoledor que en su momento cosechó el musical West Side Story, la posterior película y la banda sonora -hasta llegar a nuestros días-, lo primero que llama la atención es su rechazo a los estereotipos de la época, que reclamaban los espectadores, y el hecho de haberles ofrecido más de lo que estos últimos pedían. En efecto, en este proyecto se logró aunar el máximo rendimiento del equipo con el mayor cambio puesto a disposición del “cliente”. Su caso es la perfecta ilustración del “doble esfuerzo”.
La idea original de la historia pertenecía a Jerome Robbins, uno de los coreógrafos de mayor talento en el Nueva York de la época. Consistía en realizar una crítica social contemporánea, transponiendo el hilo argumental del Romeo y Julieta de Shakespeare a la lucha de bandas suburbanas judías y católicas de Nueva York. En un principio, iba a titularse East Side Story.
Robbins pidió su colaboración al compositor L. Bernstein y al libretista A. Laurents. Se trataba de integrar un tema social de propósito noble con las canciones, la danza y el teatro en un único espectáculo. Hasta entonces lo que predominaba era el desarrollo de un único género, por lo que una combinación de todos ellos parecía algo muy novedoso, a la vez que arriesgado, para las carreras de los participantes y el éxito de la empresa. No obstante, también constituía una gran oportunidad.
Los musicales en la ciudad de Nueva York de los 50 se regían por una serie de convencionalismos auto-impuestos. Así, un espectáculo debía fusionar la nostalgia con la comedia y terminar obligatoriamente con un final feliz. Este esquema garantizaba el éxito comercial, pero cerraba las puertas a la crítica social o la consecución de la calidad artística mediante la introducción de elementos trágicos. Al mismo tiempo, los géneros predominantes (la danza, el canto o el drama) solían separarse en lugar de unirse. De esta forma, las representaciones del momento eran de carácter ligero, apoyadas en el canto y con una estructura que no requería de excesiva habilidad en la actuación o en el baile.
Robbins era un hombre pausado y prudente, tenazmente aferrado a un caudal de ideas que casi siempre cosechaban el éxito. Era alguien completamente entregado a su trabajo y buscador incansable de la perfección en todo lo que hacía; con este bagaje, pronto se convirtió en un gran innovador de la industria del entretenimiento.
Sin embargo, al proponer el proyecto a sus colaboradores Bernstein y Laurents, pronto tuvo que hacer frente al choque de sus respectivos egos: Laurents no quería someterse a Bernstein y la coexistencia no prometía ser fácil. Aparecían otros obstáculos también: por un lado, los productores se mostraban reacios a la tentativa por tratarse de una tragedia; por otro, los tres estaban involucrados en otros proyectos a los que había que dejar de lado para dedicarse plenamente a East Side Story; además, Bernstein temía por su reputación cuidadosamente construida como compositor de música clásica al comprometerse con un género considerado “vulgar” por sus colegas y, por si fuera poco, Bernstein y Laurents se percataron de que el argumento de la guerra de pandillas urbanas judías y católicas (como se concibió en un principio) incluso podía resultar anacrónico para el momento actual. En consecuencia, optaron por abandonar la idea.
No obstante, años después, al encontrarse de nuevo Bernstein y Laurents, a ambos les llamó la atención un titular de periódico que hablaba de una guerra entre pandillas puertorriqueñas y anglosajonas y pensaron que rescatar del olvido la vieja idea podría tener sentido llamándola West Side Story. Volvieron con el proyecto a Robbins y rápidamente encontraron a un guionista, Sondheim. Los cuatro definieron pronto lo que no querían que el proyecto fuese: poesía formal, periodismo insípido, ópera, comedia musical o danza anodina; tampoco querían que la actuación evocara discursos de barricada que apelaran al corazón en virtud de un amor joven destruido por la violencia y los prejuicios. Antes al contrario, deseaban algo novedoso e imponente, que consiguiera el equilibrio entre la ópera y Broadway, el realismo y la poesía, dejando la conceptualización para una etapa posterior de la obra.
Al principio no fue nada fácil conseguir un productor, porque el argumento parecía a primera vista demasiado violento, con cadáveres de por medio, lo que suponía un desafío demasiado severo para el gusto imperante en Broadway. No obstante, al final se encontró a un productor, Stevens, que consiguió que otra productora más se uniese al proyecto. Esta última intentó cambiar el libreto, pero el resto del equipo se mantuvo firme pese a que el precio que pagaron fue perder su apoyo. De todos modos, pronto encontraron al productor que les faltaba gracias a un material novedoso y nada convencional.
El inicio del trabajo provocó tensiones inevitables, pero allí estaba Robbins para integrar al equipo y hacer comprender a cada miembro lo que hacían los demás, deducir lo que cada uno pensaba, abrir las vías de comunicación necesarias, imponer su voluntad en el momento oportuno o expandir el equipo contratando a los especialistas necesarios.
El objetivo consistía en ofrecer al público un espectáculo realista y capaz de reflejar el ambiente y las tensiones visibles en las calles de Nueva York. La partitura que Bernstein compuso resultó ser nueva y fresca, poderosa y atemporal, y prueba de ello es que su popularidad perdura hasta hoy. Por su parte, Robbins dibujó los movimientos de la danza destinados a expresar la tragedia inminente y el amor que prevalece sobre el odio. Dedicó el tiempo necesario a estudiar la vida en los barrios bajos de Nueva York para asegurarse de que la representación tuviera un carácter realista incuestionable. Ejercía su liderazgo de manera exigente a la vez que agresiva, con un perfeccionismo a ultranza que no admitía el más mínimo error de paso, gesto o palabra. Lo que más le interesaba era la excelencia del producto y no la simpatía o la enemistad de sus colaboradores. A veces, ajustaba las ideas a los talentos que tenía a su disposición mediante la creación de varias versiones distintas de una misma escena, que luego ensayaba con los actores hasta que finalmente escogía la más adecuada para el mercado.
El equipo de West Side Story consiguió que los espectadores llegasen a apreciar una forma de entretenimiento de calidad superior, a la que no estaban acostumbrados. Los rasgos distintivos de su proyecto fueron los siguientes:
- Se trataba de una oferta en parte novedosa que cambiaba las reglas de juego imperantes en el negocio hasta entonces.
- Los contornos de la idea se forjaron por vía negativa: antes de articular lo que querían que fuese el proyecto, definieron lo que no querían.
- El diálogo directo permitió a los integrantes fusionar sus distintos talentos hasta conseguir la transformación que perseguían. La intensidad de ese diálogo permitió que asumieran la visión como propia.
- Todos los miembros se aconsejaban mutuamente con plena libertad y no temían interferir en las tareas de cada uno.
- Muchas de las ideas se generaban y se recopilaban sobre el terreno o bien fuera del propio grupo.
- El proceso que siguieron fue el alumbramiento de la idea, la venta de la misma, su producción y su entrega como producto final.