En nuestros días, el mundo se ha convertido en un escenario gigantesco. Todos formamos parte de una trouppe de actores y actrices interdependientes. La economía global es interactiva, está interconectada y, al igual que un actor, cambia de traje y máscara. Además, en su mayor parte es invisible. Si al igual que una trouppe de comediantes saliésemos de gira, podríamos observar que las obras de mayor éxito se representan en unos pocos teatros mundiales. En su peculiar gira mundial, Ohmae nos lleva a tres de ellos: Dalian, Irlanda y Finlandia.
El primer escenario es la ciudad china de Dalian, en la Península de Liaodong, en la costa nordeste de China, que ocupa una situación privilegiada en el Mar Amarillo frente a Corea y Japón. Su clima le garantiza puertos sin hielo, pero Dalian no sólo goza del comercio exterior, sino que también tiene fácil acceso a los recursos naturales del interior (carbón, hierro, bosques y más) y además cuenta con una reserva de mano de obra cualificada procedente de universidades e institutos técnicos. Gracias a que ha sabido conjugar su antigua base industrial de la provincia de Liaodong (acero, química y piezas para automóviles) con empresas de servicios y tecnología, en el curso de la década de los noventa la ciudad ha pasado de ser un puerto olvidado a convertirse en uno de los centros industriales más dinámicos de China. Dalian ha sabido beneficiarse de los cambios operados en la economía del país comunista a raíz de las reformas propiciadas por Den Xiaoping en 1992 y Zhu Rohgji en 1998, que flexibilizaron el sistema de planificación centralizada y concedieron mayor libertad a las regiones para regir su futuro.
Alcaldes y otras autoridades locales deben lograr un crecimiento anual superior al 7%, pues de no alcanzarlo durante dos años consecutivos, perderán sus empleos. El alcalde de Dailan, Bo Xilai, es un magnífico administrador. Desde su nombramiento en 1992, Bo y su equipo han atraído inversión extranjera directa (en adelante, IED) de todo el mundo y, en especial, de Japón. Hoy en día, 3.000 empresas niponas están asentadas en Dalian. Tras redefinir el papel del alcalde chino, Bo Xilai se convirtió en el arquitecto y director de marketing de esta ciudad, que cuenta cinco millones de habitantes, estableciendo conexiones con lo más selecto del mundo empresarial nipón. Y una vez las empresas se establecieron en suelo chino, re-escribió su papel para convertirse en una especie de director de hotel de cinco estrellas, totalmente volcado en el bienestar de sus huéspedes. Hoy en día 3.000 empresas niponas están asentadas en Dalian.
El éxito de Dalian radica en su voluntad de tomar parte en la economía global. Junto con otra docena de regiones en toda China, la ciudad se ha convertido en un estado regional capaz de fijar su propia agenda. Siguiendo con la metáfora, podríamos decir que en la actualidad China es similar a un teatro alquilado, que varias empresas utilizan al mismo tiempo para ensayar.
Mientras tanto, al otro lado del mundo se encuentra una isla verde llamada Irlanda. Un país que se perdió la industrialización que hizo crecer a Inglaterra y que durante muchos años vio cómo sus gentes emigraban a otros países. Además, su situación en el extremo noroccidental de Europa, alejada de las corrientes de comercio continentales, no aportó ninguna nota positiva a la composición. Sin embargo, las tornas cambiaron a comienzos de los 90, cuando salió a la luz el potencial de Irlanda para desempeñar un papel protagonista en el sector de las tecnologías de la información.
En 1992 surgió la visión de Irlanda como “e-hub” o centro neurálgico de las comunicaciones electrónicas de Europa, tanto más visionaria cuanto que surgió mucho antes de que Internet se introdujera en el comercio. Desde entonces, todos los esfuerzos irlandeses se centraron en vender la imagen de marca del país y atraer las labores administrativas y de atención al cliente de importantes empresas multinacionales. A este respecto, son ya legendarios los call centers, en que se atienden llamadas de todo el mundo y no sólo en inglés, sino también en otros idiomas.
Aparte de esa visión que les proporcionó la ventaja de realizar el primer movimiento, otro factor que ha contribuido a su éxito ha sido la buena formación que proporciona el sistema educativo irlandés. Por otro lado, el hecho de encontrarse en el norte de Europa ha dejado de ser importante en la era de la globalización, en la que las distancias y los tiempos se han visto reducidos. En todo caso, estar cerca de Europa y más cerca de Estados Unidos que otros países europeos se ha convertido en una ventaja que juega a su favor, ya que en cuestión de diez años se han creado 300.000 empleos en BPO (Business Process Outsourcing o externalización de procesos empresariales), CRM (Customer Relationship Management o administración de las relaciones con los clientes) e I+D, terminando así con su problema crónico de desempleo y emigración. Asimismo, no haber vivido la industrialización ya se considera una bendición pues, a diferencia de Inglaterra, donde proliferan fábricas anticuadas y contaminantes, el país ha conservado intactos sus encantos naturales.
El tercer teatro al que Ohmae nos lleva en su peculiar gira mundial es Finlandia, un país nórdico que, gracias a tener uno de los niveles impositivos más elevados del mundo, goza de un estado de bienestar tipo escandinavo. Este sistema proporciona excelentes beneficios en contrapartida y, entre ellos, destaca uno de los mejores sistemas educativos del mundo. Su punto fuerte es la tecnología, como demuestran empresas de la talla de Nokia y Sonera, o en ingeniería de software el sistema operativo Linux y los especialistas en seguridad de datos SSH.
Finlandia ha alcanzado niveles de productividad y competencia que en 2003 le han valido el título de país más competitivo del mundo por segundo año consecutivo, otorgado por el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés). ¿Cómo ha podido llegar a estos niveles un país aislado y de impuestos desorbitados? En primer lugar, como consecuencia de su tormentoso pasado, fijando sus ojos en los mercados exteriores. En segundo lugar, gracias a un sistema educativo de alta calidad, en el que el inglés ocupa un lugar importante. Mientras que en otros países se teme que el inglés contamine la lengua nacional, para los finlandeses representa una oportunidad de establecer nexos con el mundo, más aún si tenemos en cuenta que el finés es uno de los idiomas más diferentes del resto de las lenguas europeas. En tercer lugar, gracias a la mentalidad abierta de los finlandeses, que están dispuestos a encontrar los mejores recursos humanos sin tener en cuenta su procedencia. En cuarto y último lugar, debemos citar el apetito tecnológico de los finlandeses, como testimonia el hecho de que ocupen el primer puesto mundial en utilización de teléfonos móviles.
Los tres escenarios mundiales descritos por Ohmae deben su éxito a que han sabido comprender las reglas de un juego llamado “economía global”, que no es lo mismo que la nueva economía surgida a finales de los 90, y que se caracteriza por no tener fronteras, ser invisible y medirse en múltiplos.
En primer lugar, la economía global es una economía sin fronteras, pues las divisiones de los Estados-nación resultan cada vez más porosas gracias a la desaparición gradual de aranceles impulsados por los propios gobiernos, que perciben cómo su supervivencia económica depende de los demás países. Aunque no se puede decir que las fronteras hayan desaparecido del todo, existen factores empresariales en que se han eliminado todas las barreras. Cuatro de ellos son los que el autor denomina las Cuatro Cés: comunicaciones, capital, corporaciones y consumidores.
En segundo lugar, el comercio global es invisible porque las transacciones comerciales y pagos no tienen lugar en ninguna localización física, sino en las terminales de ordenador. Son los intercambios comerciales conocidos como B2B (Business to Business), B2C (Business to Consumer) y C2C (Consumer to Consumer), cuyo pago se realiza mediante tarjeta de crédito. De hecho, resulta también novedoso que no tengamos que viajar cargados de dinero en efectivo o cheques de viaje, gracias a redes internacionales de cajeros automáticos como Plus o Cirrus que nos permiten extraer moneda local utilizando nuestra propia tarjeta de crédito o débito.
Por último, la economía global se mide en múltiplos. El exceso de capital que los ciudadanos de los países desarrollados acumulan en sus cuentas bancarias o guardan en forma de fondos de pensiones, constituyen unas reservas que pueden invertirse en otras regiones, multiplicando su valor. Cualquier región puede atraer empresas, clientes y capital si sus responsables comprenden el funcionamiento de la economía global.
Para el ingenioso Kenichi Ohmae, 1985 es el año cero de la nueva era. 1985 es el año en que Bill Gates lanzó un sistema operativo que vino para quedarse en nuestras vidas: Windows. Ello da pie para que, de modo jocoso, Ohmae haga su peculiar cuenta del tiempo dividiendo la historia en AG y DG (antes y después de Gates). La fecha no está tomada de forma arbitraria, pues es precisamente en esa época en la que se plantaron las semillas de lo que 20 años más tarde es el escenario global. Desde el punto de vista ideológico se gestó la caída del régimen soviético, desde el político-económico se firmaron los Acuerdos del Plaza y desde el tecnológico asistimos al crecimiento de Microsoft.
En el plano macropolítico, la Unión Soviética se resquebraja. Gorbachov, el presidente general del Partido Comunista más joven de la historia, instaura una política de apertura (glasnot, en ruso). Sin embargo, no teniendo claro hacía donde se dirigía, su intervención no hizo más que poner de manifiesto lo que ya todos sabían: que el modelo soviético no funcionaba. A juicio de Ohmae, lo que se le escapó a Gorbachov, en el plano económico, fue la globalización. Rusia necesitaba un doble cambio: por una parte, necesitaba pasar de la economía socialista planificada a una economía capitalista de mercado; pero no bastaba con arreglar lo que no funcionaba en comparación al modelo de democracia occidental capitalista. Por otra parte, en la remodelación había que incorporar la economía global, y ahí es donde fallaron tanto los rusos, como sus consejeros estadounidenses.
Otro de los hitos que conforman la nueva era tuvo lugar en septiembre de 1985, cuando los ministros del entonces Grupo de los Cinco, G5, que reunía a los cinco países más industrializados del mundo, firmaron el Acuerdo del Plaza. Así llamado en honor al hotel Plaza de Nueva York en el que tuvo lugar el encuentro, el Acuerdo tenía por objeto reducir la deuda exterior de Estados Unidos, que estaba formada por un triple déficit en la balanza de pagos, la balanza comercial y la balanza presupuestaria del gobierno. Se planeaba dejar caer el dólar de forma controlada con el fin de fomentar las exportaciones estadounidenses al tiempo que se encarecerían las importaciones, especialmente las de automóviles japoneses que estaban amenazando el sector automovilístico y cuyos poderosos lobbys presionaron hasta lograr que el gobierno japonés se comprometiera a restringir de forma voluntaria sus exportaciones. Sin embargo, no se consiguieron los efectos deseados, debido, entre otras cosas, a que los fabricantes japoneses se las ingeniaron para fabricar automóviles que mantenían su competitividad en el mercado estadounidense.
Otra de las semillas que se plantaron desde finales de los ochenta y comienzos de los noventa, que realizarían una gran contribución al desarrollo de la economía global con su florecimiento en 1998 (es decir, en el año 13 DG), fue la de la apertura de China. A comienzos de los noventa, Deng Xiao Ping reconocía que todos los chinos no se podían hacer ricos a la vez, lo cual implicaba aceptar la desigualdad como condición necesaria del progreso. Por otra parte, consciente de que el marxismo-leninismo ya se había manifestado incapaz de conducir a la “prosperidad” entendida como no pobreza, Deng justificaba el cambio de rumbo preguntando: “¿Qué importa si el gato es blanco o negro, con tal de que cace ratones?”
El gobierno chino se había dado cuenta de que la economía global podría enriquecer y fortalecer a China. Por ello, realizó una serie de reformas con el objeto de abrir unas pocas regiones al comercio exterior a modo de experimento. Dados los buenos resultados, en 1992 Deng se animó a abrir otras cuantas regiones. En 1998, conduciendo el proceso aún más lejos, Zhu Rongji realiza otra serie de reformas conocidas como “Los Tres Respetos”, que tenían por objeto atajar los cánceres que afectaban a la sociedad y a la economía chinas: la corrupción gubernamental, la burocracia, las empresas estatales no competitivas (como Haier y Legend) y la excesiva centralización. Como consecuencia de ello, la administración de las empresas nacionales pasó a manos municipales. Dada la imposibilidad de salvar todas las paraestatales, los dirigentes de las ciudades y regiones se quedaron con las más prometedoras y vendieron a empresas extranjeras las que se hundían, actuando así como emprendedores o, como en el caso de Dalian, como consejeros delegados de sus Estados-región.
Durante siglos, China ha sido un país rural y pobre. Una situación que el aumento de población en el siglo XIX solo vino a exacerbar. Sin embargo, hoy China aspira a ocupar el mismo lugar que las economías del mundo desarrollado y, a juicio de Ohmae, será capaz de lograrlo más rápidamente y más barato de lo que los países desarrollados lo hicieron en su día, puesto que puede aprender del ejemplo de estos y sacar partido de sus avances tecnológicos.
Sin embargo, no todo son luces en la estrategia china. Sobre el gigante asiático también se proyectan las oscuras sombras de la contradicción. En la actualidad, China es un país comunista que practica el capitalismo más brutal, insensible y atroz que se pueda imaginar; un país que explota a sus propios ciudadanos que trabajan en condiciones laborales inhumanas y cuyas condiciones de salud y seguridad son nulas, mientras la dirección de la empresa tan sólo se preocupa de producir antes y más barato de lo fijado. En palabras de Ohmae, “un mundo que parece sacado de las páginas de un libro de Charles Dickens”.
Otro hito por el que destaca 1998 (13 AG) es por ser el año en que comenzaron las ventas por Internet. La estrella de las compras navideñas en la web fue la tienda de lencería Victoria’s Secret, lo cual a primera vista podría parecer anecdótico, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que con ello quedó demostrado que el comercio electrónico (en inglés, “e-commerce”) era posible. Igualmente cabe destacar que el producto más comprado en eBay fueron unos muñecos llamados Beanie Babies, mientras que cinco años más tarde se han llegado a vender automóviles de lujo a precios desorbitados. A juicio de Ohmae, el cibercontinente es más grande que cualquier país del mundo o incluso que toda la UE. De ahí que en uno de sus libros el autor lo denominara “el continente invisible”.
Para finalizar su presentación del escenario, Ohmae proclama el final de la economía al igual que en su día Fukuyama proclamara el fin de la historia. A su juicio, la economía tradicional es un fracaso. Los paradigmas económicos tradicionales (Keynes, De Ricardo) no sólo no se ajustan a la realidad, sino que tampoco sirven para explicar lo que sucede en el plano económico.
Desgraciadamente, son pocos los gobiernos que entienden este hecho tan básico y en su ignorancia siguen prescribiendo las recetas tradicionales en su inútil intento de activar la economía. Para probar este punto, el autor menciona como ejemplo los hábiles manejos del presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Alan Greenspan, durante la administración Clinton. Argentinos, australianos, rusos y ciudadanos de otros muchos países ahorran en dólares y, a sabiendas de esto, EE.UU. emite una cantidad de billetes superior a sus reservas en oro. Al igual que estos individuos, los gobiernos de otros países compran bonos del tesoro emitidos por EE.UU. Con la excusa de fomentar el consumo interno, Greenspan subió los tipos de interés (receta económica keynesiana). Pero su intención real era atraer inversión del resto del mundo (receta de la economía global) con el fin de reducir la inflación. Fue algo así como una llave de judo en la que se utiliza la fuerza del contrario para hacerle caer: la Reserva Federal hizo creer a los inversores una cosa y atraídos por la música, ellos solos cayeron en la trampa. Por supuesto, no hacía falta contarle al mundo las verdaderas razones ocultas tras tan hábil movimiento. De haberlo hecho, el truco podría haber fallado. Sin embargo, los ocho años de euforia económica que EE.UU. experimentó durante la administración Clinton demuestran la validez del nuevo paradigma económico.
Por su parte, Bush y sus consejeros, que parecen no entender el nuevo paradigma, vuelven sobre el antiguo y tradicional, que aboga por políticas de oferta consistentes en rebajar impuestos con el fin de estimular la economía. A juicio de Ohmae, las políticas encaminadas a incrementar las reservas resultan mucho más eficientes para estimular el consumo que las que buscan aumentar el flujo reduciendo impuestos o tasas de interés. A Greenspan, que sigue al frente de la Reserva Federal, no le gusta la doctrina Bush; sin embargo, lo único que puede hacer es tratar de mantener la economía a flote activando la construcción, una táctica típicamente keynesiana.
Otro de los errores que los políticos suelen cometer es el de intervenir en la economía, hecho que suelen atribuir a razones de seguridad. Por ejemplo, la razón por la cual los consumidores japoneses pagan muy caro el arroz que podría importarse a precios menores es evitar que la población japonesa pase hambre si en el futuro sucediese algo y quedasen cortados los suministros procedentes del exterior. A pesar de las escasas posibilidades de que este escenario de futuro pesimista se cumpla, la seguridad alimentaria es una excusa que los políticos esgrimen a la hora de conceder subsidios al sector agrícola, que costean los propios contribuyentes. Carece de lógica que en un mundo pacífico de economía globalizada, los japoneses estén pagando doblemente por el arroz que consumen, cuando a todas luces beneficiaría a todas las partes implicadas dejar que la economía global ajuste los precios.
Por otra parte, las reglas que rigen el juego de la economía global son diferentes. En la economía global no se necesitan ni recursos minerales, ni otras materias primas para triunfar; a pesar de no contar con los recursos que tradicionalmente eran un sine qua non, un área puede abrirse camino hasta llegar a las líneas frontales, como lo prueban los casos de Irlanda y Finlandia, que han logrado colocarse a la vanguardia de la economía global. Asimismo, el tamaño de las empresas también ha pasado a ocupar un lugar secundario. Para competir en los mercados internacionales, una empresa no tiene que ser necesariamente una gran multinacional, ni tampoco conquistar los mercados nacionales antes de lanzarse a la expansión internacional. Nokia es un ejemplo de ello.
En definitiva, quienes no comprenden los nuevos paradigmas económicos se arriesgan a caer ante quienes los comprenden. Entre los pocos gobiernos que han sabido descifrarlos, el autor destaca a China y en especial a personas como el anterior presidente Zhu Rongji, que supo atraer capital del resto del mundo.
Isaac Aguirre
Siempre es bueno analizar todas las perspectivas que implica un panorama complejo, muchas gracias por resumir este libro!