Introducción
¿Qué tienen en común Southwest Airlines, el proceso de producción de Toyota, el mantenimiento del orden público en Chicago o Linux? La respuesta es que todos son sistemas basados en la cooperación humana, y no solo en la compensación por incentivos, las sanciones o el control jerárquico.
Toyota ha estructurado las relaciones entre sus trabajadores y los proveedores en una red de colaboración cimentada en la confianza y la cooperación a largo plazo. De forma parecida, Southwest Airlines ha superado a sus competidores por un amplio margen, al fomentar un espíritu de trabajo de colaboración en equipo basado en una cierta autonomía, altas dosis de confianza y un sentimiento generalizado de buen trato entre los empleados. En lugar de endurecer las medidas en respuesta a los actos delictivos, durante dos décadas las fuerzas policiales de Chicago han optado por un modelo de mantenimiento del orden basado en la comunidad, en el cual vecinos y agentes de policía trabajan juntos para evitar con mayor eficacia la comisión de delitos. Linux, el software de código abierto, depende de la masiva cooperación entre voluntarios y colaboradores remunerados, cuyos resultados son compartidos por todos, sin que nadie los posea en exclusiva.
El método de trabajo de estas organizaciones ignora por completo la premisa dominante de la sociedad occidental respecto a la motivación humana, aquella que inspiró el Leviatán del filósofo Thomas Hobbes: los humanos somos fundamental y universalmente egoístas, impulsados por nuestros propios intereses, y la única forma de tratar con la gente es interviniendo y controlándonos, para que no nos destruyamos unos a otros.
Existe, sin embargo, una visión mucho mas halagüeña que considera que los seres humanos somos esencialmente capaces de sentir empatía, de albergar sentimientos que nos impulsan a actuar de manera cooperativa. En honor de Tux, el logotipo de Linux, el autor denomina esta alternativa el Pingüino.
La importancia que tiene esto para nosotros en nuestra vida cotidiana es considerable. Significa que los sistemas sociales y económicos existentes —desde nuestros modelos empresariales jerarquizados hasta nuestra concepción de la educación basada en el mercado, pasando por nuestro punitivo sistema legal— son a menudo diseñados según un modelo erróneo de lo que somos y de por qué hacemos lo que hacemos. Para motivar a la gente necesitamos sistemas basados en el compromiso, la comunicación y en un sentido de finalidad e identidad común. Dicho de otro modo: a las organizaciones les resultaría más provechoso ayudarnos a captar y desarrollar nuestros sentimientos de generosidad y colaboración, en lugar de asumir que nos movemos únicamente por nuestro propio interés.
El desplome económico de 2008 nos ha obligado a todos a aceptar la falibilidad de los sistemas económicos y financieros construidos sobre el propio interés. Deberíamos abrir nuestras mentes a la posibilidad de que los mercados que se autorregulan sea una explicación insuficiente de los mercados y de los seres humanos reales. Igualmente, deberíamos buscar la manera de utilizar la cooperación y la colaboración para mejorar el sistema en el que vivimos, en lugar de aferrarnos a descripciones insuficientes de esos sistemas.
Las influencias psicológicas y sociales en la cooperación
Capital social, reputación y contagio social. El capital social es una de las tres dinámicas principales que pueden mejorar la cooperación. Aunque el capital social puede producir beneficios económicos, sus ventajas van más allá de simples incentivos materiales. En cierto modo, el capital social es totalmente distinto del financiero, porque no siempre podemos comprar capital social con dinero.
Tomemos el siguiente ejemplo hipotético. Imaginemos a una persona que acude a una entrevista de trabajo en un prestigioso despacho de abogados. Puede elegir entre dos recursos para que la ayuden a conseguir el empleo. El primero es un sobre que contiene 50 000 dólares que puede utilizar para pagar a la persona encargada de recursos humanos del despacho a cambio del empleo. El segundo es un sobre con una carta de recomendación de su tío, que fue a la Facultad de Derecho con la persona que realiza la selección, luego ejerció con ella como fiscal durante varios años al principio de su carrera profesional y que sigue reuniéndose con ella dos o tres veces al año en varios acontecimientos sociales.
Al menos para los despachos de abogados, está claro que el candidato tiene más posibilidades de conseguir el empleo con el segundo sobre que contiene la carta de recomendación de su tío. Ofrecerle a la entrevistadora el primer sobre con 50 000 dólares se consideraría un soborno. En algunas interacciones sociales tener una relación personal resulta más útil y valioso que poseer dinero. En definitiva, las relaciones sociales tienen su propia moneda. En el caso del despacho de abogados, la cosa funcionaría del siguiente modo: el tío del candidato emplea su capital social para que este consiga el empleo. Al contratar al candidato, la persona encargada de selección aumenta por su parte su capital social con él y con su tío. Este capital podrá canjearse a su vez por recursos (por ejemplo, una invitación a un evento o información acerca de una oportunidad profesional) que se intercambian igualmente por capital social, y así sucesivamente.
Aunque en este ejemplo el capital social se da entre individuos, puede intercambiarse también de manera menos directa a través de la reputación. En los sistemas de cooperación de internet, los mecanismos de reputación, como el de eBay —en el que se clasifica a los vendedores según la satisfacción de los compradores en transacciones anteriores—, están muy extendidos y juegan un papel importante al hacer que la gente se comporte honradamente. Por consiguiente, al diseñar sistemas de cooperación no podemos subestimar la importancia que tiene incorporar maneras de que la gente se forje una reputación y la exhiba.
Pero la reputación y el capital social no son en absoluto la única dinámica social en juego en un sistema de cooperación. Otro factor determinante es el aprendizaje social. Existen muchas pruebas que indican que nuestra conducta en cualquier situación está enormemente influida por la conducta observada en la gente que nos rodea, incluso si no somos conscientes de dicha influencia.
No debería sorprendernos que el aprendizaje social influya en nuestro grado de cooperación. Un ejemplo interesante es el estudio sobre el cumplimiento de las obligaciones tributarias en el estado de Minnesota. Tras la aprobación de la Ley de Reforma Tributaria de 1986, la mayoría de los legisladores asumieron que el cumplimiento del nuevo código tributario aumentaría como resultado de las sanciones y la posibilidad de una auditoría, pero no fue así. En cambio, el factor decisivo que determinaba el cumplimiento no era la amenaza ni la dureza de las sanciones o la posibilidad de ser descubierto, sino con quién habían hablado los contribuyentes durante los meses previos a la implantación de la reforma. Si habían conversado con personas que decían que iban a cumplir, más adelante afirmaron que ellos también pensaban cumplir, y viceversa. Del mismo modo, en uno de los pocos experimentos de este tipo, cuando la Secretaría de Hacienda de Minnesota envió cartas a determinados contribuyentes para informarles del hecho de que la mayoría de sus conciudadanos pagaban los impuestos que les correspondían, se descubrió que los contribuyentes que recibieron la carta declararon más ingresos que aquellos que no la recibieron.
Esto se debe en parte al hecho de que observamos y aprendemos cuál es la conducta correcta; una vez lo hacemos, tendemos a mantener dicha conducta. En otras palabras, cuando quienes nos acompañan cooperan, es más probable que nosotros cooperemos también.
La pregunta fundamental es la siguiente: ¿cómo podemos construir sistemas de cooperación que nos protejan frente a lo peor de nosotros mismos, sin depender del miedo al castigo, de la estrategia del Leviatán?; o ¿cómo podemos utilizar sistemáticamente la ciencia de la cooperación para mejorar nuestras estrategias Pingüino?