Introducción
En toda profesión revisten una especial trascendencia los comienzos o, en otras palabras, aquello que hay que poner en práctica desde “el primer día”: saber cómo empezar, qué hacer la primera semana, qué hay que saber o qué se debe leer, etc. Para un joven profesional, ejecutivo o director que da sus primeros pasos, la estrategia básica consiste en aprovechar la primera oportunidad que se presenta para realizar alguna contribución a la organización en la que inicia su carrera profesional. Al principio, es crucial aportar dicha contribución más que tratar de conseguir beneficios económicos, porque cuanto más alta nuestra cooperación, más posibilidades hay de ser ascendidos a puestos superiores que conllevan mejores salarios e incentivos.
A la hora de buscar un trabajo o una actividad a la que dedicarse, es decisivo descubrir la pasión que guía hacia ello. Sin pasión no es posible evitar las frustraciones que, a la larga, dañarán nuestras relaciones con los compañeros o socios. Cuanto antes se desvele dicha pasión tanto mejor y, una vez reconocida, hay que seguirla hasta donde quiera que lleve. La primera relación laboral, sea buena o mala, es capaz de influir en gran medida en muchas de las relaciones futuras, de ahí que sea muy aconsejable intentar que sea una experiencia positiva y ganar confianza en uno mismo mientras dure.
Lo que hay que saber
Los primeros trabajos que se nos asignan al comienzo de nuestra carrera suelen consistir más en observaciones que en la ejecución de tareas, pero también en ellas podemos hacernos notar. Sobresalir en pequeños detalles resulta decisivo para que nos encarguen proyectos de mayor enjundia. Realizar de la mejor manera posible nuestras primeras tareas cotidianas acelerará nuestra integración en la organización. Los profesionales jóvenes deben dar la impresión desde el primer día de ser personas dispuestas a ayudar a todos y a colaborar con su equipo, departamento o empresa. El primer paso puede ser intentar aliviar a aquellos compañeros que, en un determinado momento, sufren una sobrecarga de trabajo y el segundo, pensar en todo aquello, relacionado o no con nuestro puesto, que puede resultar útil a los demás.
Nuestra contribución no se define únicamente por lo que hacemos, sino también por cómo tratamos a los que nos rodean. Las consecuencias no serán las mismas si intentamos impresionarles con nuestros conocimientos que si les escuchamos con respeto intentando ganar su voluntad. Nuestra determinación de cooperar, o la falta de ella, con el tiempo llegará a influir inconscientemente en todas nuestras actividades laborales. Por otra parte, el tratamiento que damos a los demás refleja nuestra ética personal, los estándares de responsabilidad personal y el comportamiento organizacional que tengamos. La tendencia actual de valorar más a las personas que los beneficios se fortalece cada día más y, con ella, la necesidad de mostrar un respeto e interés genuinos por los otros.
Cada uno de nosotros tiene su propia brújula moral que le indica qué comportamientos y decisiones son aceptables y cuáles no. Nuestra ética personal se desarrolla a partir de nuestra cultura familiar y nacional y, más tarde, a través de las decisiones profesionales y personales que tomamos. Si no somos conscientes de lo que esas decisiones implican, nuestra brújula está averiada. Nuestras acciones llegan a formar parte imborrable de nuestro “expediente permanente”, que está abierto y al alcance de cualquiera. Para servirse de una metáfora, es como llevar en nuestra mente un CD de “sólo lectura” que contiene los detalles de toda decisión que tomemos. El CD está al alcance de todos y su contenido no se puede modificar o borrar. De la misma manera, un paso que transgreda el umbral de lo ético no podrá eliminarse por más enmiendas, excusas o cambios de rumbo que efectuemos; lo único que queda es la lección aprendida. Quizá sea imposible pretender respetar los estándares éticos en toda situación; lo importante es saber discernir si las circunstancias requieren que hagamos una excepción y no hacer de las excepciones una norma excesivamente frecuente.
Al incorporarse a una organización, se descubre que esta cuenta con sus propios estándares éticos; a veces estos entran en conflicto con el recién llegado o quizá no se cumplen en la actividad diaria ni en el trato con los empleados. Para evitar sorpresas, es recomendable recabar información, ya en la primera entrevista, sobre esos estándares y sobre su puesta en práctica. Puesto que después de entrar a formar parte de una organización es más probable que esta influya sobre nosotros y no al revés, saber de antemano si sus principios éticos concuerdan con los nuestros será de gran ayuda para evitar tomar una decisión equivocada.