En los últimos 30 años han tenido lugar más transformaciones que en toda la historia anterior de la humanidad. Los cambios han traído avances tecnológicos que nos permiten comunicarnos de una forma cada vez más rápida. Pero inventos como el teléfono, el email, el fax, la vídeoconferencia,... ¿han logrado que nos comuniquemos de manera más clara? La respuesta, lamentablemente, es que no.
Todo lo que hacemos a lo largo del día implica comunicarnos de una forma u otra. La comunicación lo impregna todo. Sin embargo, es una función social totalmente infravalorada que no se enseña en las escuelas. Los resultados son desastrosos, porque cuando se rompe la comunicación todo salta por los aires, ya sea en el hogar, en la oficina o en política internacional.
La educación es la base imprescindible de toda comunicación inteligente. La educación no solo proporciona saberes desconocidos hasta entonces, sino que nos ayuda a dar forma inteligible a pensamientos e ideas que tenemos que exponer y que luego serán sometidos a discusión. Existe la errónea creencia, que circula profusamente, de que el conocimiento es poder. El conocimiento no es poder o, más exactamente, es poder en potencia: nos pagan por el trabajo que realizamos aplicando nuestros conocimientos, no exclusiva y estrictamente por lo que sabemos. Cuando adquirimos conocimientos lo más importante es saber darles un uso, es decir, comunicarlos o transmitirlos a los demás.
Uno de los clientes de Richard Denny contrata todos los años a más de 1.000 estudiantes recién graduados en la universidad. Son personas inteligentes, cualificadas y ansiosas por encontrar un trabajo en el competitivo mundo de los negocios. Sin embargo, al cabo de 12 meses el 60% ha abandonado la empresa. ¿Por qué? Muchos de ellos sencillamente no resultan aptos para el trabajo que tienen que desempeñar o se sienten defraudados con las tareas encomendadas, pero la causa principal de su salida es que estos graduados son incapaces de comunicarse con sus compañeros y superiores jerárquicos.
Los directores de recursos humanos suelen decir que tienen dificultades para encontrar personas que sepan comunicarse de una forma eficaz. La causa de tal escasez hunde sus raíces en el sistema educativo, donde los profesores no transmiten a los alumnos cómo expresarse correctamente y, por lo tanto, no salen preparados como debieran al mundo moderno que les espera afuera.
En numerosas ocasiones, la falta de comunicación empieza el mismo día de la incorporación a un empleo. Este es un ejemplo típico:
A llega a su puesto de trabajo por primera vez y se le asigna a B la tarea de ponerle al día.
¿Qué es lo que hace B? Lleva trabajando en la empresa bastante tiempo, por lo que se las sabe todas. Le dibuja un panorama general de la empresa y deja de lado los pequeños detalles que son obvios para él pero no para A, que acaba de entrar.
¿Cómo reacciona A? Acumula ya una gran cantidad de información que asimilar en su primer día. Está nervioso y quizás es algo tímido, elementos que no le ayudan a concentrarse.
¿Qué ocurre a continuación? A comienza a darse cuenta de que necesita conocer más detalles para realizar adecuadamente su trabajo. B considera que ha cumplido su papel, se desvincula de A y vuelve a su quehacer diario. A está demasiado inquieto o cohibido y no hará preguntas que puedan ser consideradas como necias o absurdas.
¿El resultado? A se siente incapaz de mostrar lo mejor de sí mismo. Su autoconfianza se resiente. Finalmente, B empieza a pensar que A no ha sido una buena elección.
La principal conclusión que extraer de esta situación imaginaria es que una comunicación pobre acarrea siempre unos resultados nefastos. En detalle, son varias las lecciones que se pueden aprender de este caso:
- La comunicación debe iniciarse desde el primer momento.
- Hay que explicar las cosas con claridad y detalladamente.
- No pensar que algo que para nosotros es obvio, lo será igualmente para los demás.
- No tener miedo a pedir explicaciones adicionales sobre detalles que están más allá de una visión general.
- Hacer preguntas, hablar, hablar y hablar.