Introducción
La fuerte industrialización y el crecimiento económico imparables de China hacen que el resto del mundo mire al gigante asiático con notable preocupación. Cada vez con mayor frecuencia presenciamos terremotos económicos, financieros, medioambientales, políticos o militares ocasionados por el estilo del “capitalismo vaquero” imperante en dicho país.
Estos trastornos se originan por un modelo de crecimiento económico rápido e insostenible unido a la indiferencia por la vida humana y la propiedad intelectual. Los fenómenos de los medicamentos falsos, de algunas drogas, de las tasas de interés al alza y el precio ascendente de la gasolina, además de otros muchos, han sido provocados directa o indirectamente por la economía o la política chinas.
La China de hoy se ha convertido en una inmensa planta industrial que ha declarado múltiples guerras económicas, al mundo en general, y a los países desarrollados en particular. Así nos enfrentamos, entre otras, a:
- La guerra del “precio chino”, con la que se pretende conquistar el mercado mundial de exportación con las “armas de producción masiva”.
- La nueva guerra de la piratería. Los “piratas modernos” chinos no se limitan a robar el software o las películas de Hollywood, sino que falsifican todos los productos imaginables: automóviles, maquinillas de afeitar, frigoríficos, medicamentos, etc.
- La guerra de la contaminación y el calentamiento global. China es el país más contaminado del mundo, con 16 de las 20 ciudades con mayor nivel de polución del mundo. Su rápida industrialización y la ausencia de un control gubernamental sobre la contaminación medioambiental han hecho que las emisiones tóxicas que produce el país se extiendan mucho más allá de sus fronteras.
- La guerra del petróleo. El desarrollo de su economía ha convertido a China en el segundo mayor consumidor mundial de petróleo después de los Estados Unidos. El crecimiento de su demanda puede provocar que el precio del barril alcance los 100 dólares, con todos los efectos devastadores que eso supondría para la economía mundial.
Si el crecimiento económico de China sigue adelante, la combinación explosiva del “capitalismo salvaje” con un régimen totalitario y represivo se convertirá en uno de los mayores peligros para la integridad y la supervivencia de las sociedades humanas tal y como las conocemos.
Se necesitarán reformas y soluciones radicales para impedir que el caos se adueñe del país y afecte gravemente al resto del mundo. Pero no será posible llevarlas a cabo si previamente no se comprenden las fuerzas económicas básicas que subyacen a esta actividad descontrolada que amenaza con desencadenar el mencionado caos. Conocer la complejidad de estas fuerzas debería llevar a la resolución pacífica de los conflictos que China mantiene con el mundo.
La guerra del “precio chino”
El crecimiento de la economía china desde los años 80 ha registrado una tasa anual del 10%, superando no sólo el “milagro económico japonés”, sino también los mejores resultados de los famosos “tigres asiáticos” (Taiwán, Corea o Singapur).
Esta tasa de hipercrecimiento se debe fundamentalmente a su orientación hacia el exterior y a una conquista rápida de los mercados de exportación. La facilidad de las empresas chinas para conseguirlo tiene su explicación en el famoso “precio chino”: los fabricantes y proveedores chinos de multitud de productos y servicios pueden permitirse rebajar significativamente los precios frente a sus competidores extranjeros. Como resultado, el 70% de la producción mundial de los DVDs y juguetes, el 50% de las bicicletas, las cámaras, el calzado y los teléfonos, y más del 30% de los televisores, microondas y maletas se desarrolla en China.
El “precio chino” es la mayor “arma de producción masiva” de que disponen estas empresas y lo que les permite ganar batalla tras batalla en los mercados mundiales de bienes y servicios. Esta arma la conforman varios dispositivos que garantizan su eficacia:
Un trabajo de alta calidad realizado por una fuerza laboral barata, muy disciplinada, bien formada y no sindicada. El promedio del salario de un trabajador chino es inferior a un dólar por hora. Aunque existen países donde este salario es aún más bajo (Bangladesh, Vietnam, Camboya, etc.), ninguno de ellos puede equipararse con los trabajadores chinos por su nivel de formación y disciplina. A pesar del crecimiento económico constante, los salarios chinos no suben. Esta paradoja se debe a la existencia de la mayor “reserva de desempleados” en el mundo que, irónicamente, confirma la tesis marxista de que lo que posibilita la explotación de los trabajadores es la existencia de un significativo nivel de desempleo en una sociedad, pues rebaja el precio del trabajo y permite al capitalista, además, un ahorro considerable en las condiciones laborales. Cuatro elementos explican la mencionada paradoja: un crecimiento poblacional continuo; la privatización masiva de la fuerza laboral, que ha arrojado a decenas de millones de trabajadores industriales al mercado libre sin ninguna protección; una urbanización rápida que empuja a millones de campesinos a las fábricas y un sistema de trabajo en condiciones de semiesclavitud gracias a que los sindicatos están prohibidos.
Una regulación mínima de las condiciones de salud y seguridad de los trabajadores y una regulación medioambiental permisiva y no aplicable. El gobierno chino impone muy pocos requisitos legales de seguridad y respeto al medio ambiente. Por otra parte, la legislación existente casi no se cumple o, simplemente, resulta ignorada. Semejante situación es contemplada como una gran ventaja por las empresas extranjeras, que se están implantando de manera masiva en China. Dado que los trabajadores chinos no gozan de protección sanitaria ni tienen derecho a compensaciones por accidentes laborales, las compañías chinas y las multinacionales que los emplean se benefician de una importante ventaja competitiva respecto a las empresas de aquellos países en los que los trabajadores sí están protegidos.
El papel catalizador de la inversión extranjera directa. Una mano de obra barata y una legislación laboral y medioambiental permisivas atraen un flujo masivo de inversión extranjera directa que, desde los años ochenta, ha crecido exponencialmente y que pronto alcanzará, se calcula, los cien mil millones de dólares anuales. En su mayoría procede de Hong Kong, Estados Unidos, Japón, Corea y Taiwán. Para las empresas chinas, esta inversión foránea proporciona dos sólidos catalizadores de su ventaja competitiva: por un lado, la inversión se utiliza para introducir los procesos de fabricación más sofisticados y técnicamente avanzados, y por otro, ha traído con ella a los mejores talentos y las mejores prácticas de gestión en el mundo.
Una forma muy eficaz de organización industrial conocida como “aglomeración de red”. Para la producción de un gran número de bienes de exportación, algunas empresas chinas ubicadas muy cerca una de la otra han desarrollado redes de producción en las cuales se complementan mutuamente. Por ejemplo, cada componente necesario en la fabricación de juguetes se elabora en plantas muy próximas. Así, coexisten en una misma área plantas que se dedican a producir las piezas de plástico, los colores, las etiquetas impresas, los tornillos, el pelo sintético, etc. Existen ciudades enteras que se han especializado en determinadas industrias o sus segmentos. Por ejemplo, la ciudad de Huizou es el mayor productor mundial de diodos de láser y uno de los principales de DVDs. Por su parte, las fábricas en Hongmei se centran en la producción textil y el cuero, mientras que Yanbun es la capital mundial de la producción de ropa interior.
Un sistema de falsificación y piratería muy elaborado e impune. Estas prácticas están tan extendidas entre las empresas chinas que permite una enorme reducción de costes para los productos falsificados respecto de los países donde se respetan los derechos de propiedad intelectual e industrial. La piratería y la falsificación imperantes en China se deben en su mayor parte a la pasividad y tácita aprobación de las autoridades. Estas hacen la vista gorda porque la venta de productos falsificados en el mercado nacional mantiene baja la inflación y su venta en el exterior genera empleo y beneficios.
Una divisa extremadamente devaluada que mina las divisas de los países vecinos. Zonas desarrolladas como Estados Unidos, Japón o la Unión Europea respetan unas “tasas de cambio fluctuantes”, según las cuales el valor de la divisa lo determina el libre mercado, de forma que si el déficit comercial de Estados Unidos aumenta con respecto a Japón o Europa, el dólar se devalúa, con lo cual las importaciones a Estados Unidos se vuelven más caras y las exportaciones de ese mismo país más competitivas. China, en cambio, ha establecido el sistema de “tasa de cambio fija”, según la cual el valor del yuan respecto al dólar no cambia. Como resultado, las importaciones procedentes de China han inundado el mercado norteamericano, mientras que la devaluación real del yuan ha sido enorme. Gracias a este tipo de tasa, el dólar nunca puede devaluarse respecto al yuan, lo cual permite a China adquirir una enorme ventaja respecto al resto de los países a la hora de acceder al lucrativo mercado norteamericano.
Grandes subsidios estatales a numerosas industrias prioritarias. La estrategia comercial china se apoya en un acusado proteccionismo sobre determinados sectores de producción considerados prioritarios, como el sector agrícola y el industrial. Esta estrategia es doble: por un lado, se subvenciona directa o indirectamente a estos sectores, mientras por el otro se imponen una serie de complejas barreras comerciales a las empresas extranjeras con el objetivo de proteger a las industrias nacionales más vulnerables.
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El autor expone los problemas de todo tipo que ha provocado el gran crecimiento económico chino en los últimos años, muy interesante.