Introducción
La manera en la que vemos el futuro afecta a la forma en la que vivimos el presente. Por eso hemos de alcanzar la perspectiva que nos permita ver el futuro como algo que nos haga sentir la alegría y el entusiasmo de lo que ha de venir. No cabe duda de que esto es especialmente desafiante cuando una persona se encuentra en unas circunstancias difíciles, como haciendo frente a una enfermedad, viéndose desempleada o teniendo un trabajo en el que no ve ningún futuro de mejora. Pero solo un cambio radical en nuestra actitud frente a lo que nos sucede puede favorecer que salga de nosotros lo mejor.
En el mundo, muchas empresas, muchas sociedades hablan de cambio y liderazgo; sin embargo, los resultados positivos que producen son únicamente económicos. Los procesos de cambio cultural sin duda han de buscar resultados económicos “sanos”, pero además han de comprometerse firmemente en crear un clima donde las personas se sientan ilusionadas y sepan que lo que hacen tiene para ellas un verdadero propósito y un claro sentido. Todos sabemos que, cuando alguien experimenta ilusión por lo que hace, su productividad aumenta, como también aumentan su longevidad y su vitalidad. Si esto es tan obvio y deseable, ¿por qué resulta tan difícil lograrlo?
A lo largo de las siguientes páginas, el Dr. Mario Alonso Puig nos desvela algunas propuestas para conseguir desarrollar nuestros talentos dormidos y crear una estrategia que nos haga ver el futuro como un desafío ilusionante lleno de posibilidades. Esta estrategia supone desarrollar el potencial de nuestra imaginación creadora, muchas veces escasa por el modo en el que nos instalamos en el “hacer” sin fomentar la inteligencia reflexiva. Supone, además, vencer el miedo y las creencias limitantes que provocan que no podamos actuar de una manera diferente a la que estamos acostumbrados. Utilizando el símil del ser humano como máquina biológica altamente sofisticada y haciendo uso de nuestra libertad interior, Alonso Puig propone que creemos un horizonte nuevo y abramos el espacio apropiado en el que emerjan el ser y la consciencia que definen nuestra esencia como seres humanos.
Inventando el futuro
La imaginación es una de las facultades más sobresalientes que tiene el ser humano y ha estado presente a lo largo de toda nuestra historia. Desde el primer hombre que hace dos millones y medio de años miró una simple piedra y la vio como una posible arma para cazar y defenderse, hasta las grandes construcciones e inventos del mundo actual, la imaginación es, junto con la motivación, uno de los ingredientes básicos del proceso creativo y evolutivo de nuestra especie.
Cualquier artefacto creado por el hombre precisó inicialmente de la puesta en marcha de su imaginación. En cualquier momento en el que cerramos los ojos e imaginamos el olor de una rosa o la vista del mar, estamos utilizando nuestros sentidos internos. Estos sentidos no existirían si no tuviéramos imaginación. Sin embargo, de una capacidad tan potente que Albert Einstein la consideraba más importante que el conocimiento, las personas en general hacemos un uso muy pobre.
Muchas personas están muy habituadas solo a hacer y hacer, a producir y producir. Esta es la dimensión del homo faber, del hombre que hace, que produce y que no deja espacio alguno para pensar, para reflexionar, para investigar por dónde hay que ir. En la soledad, el silencio y la reflexión es donde muchas veces surge el acto del descubrimiento y la creación. Ocasionalmente nos ocurre que, cuando buscamos la quietud, el silencio y la reflexión, empezamos a sentirnos inquietos e incluso culpables por tener la sensación de no estar aprovechando más eficientemente el tiempo, con el poco que tenemos. Es como si nos preguntáramos: ¿para qué voy a parar con todo lo que tengo que hacer?
Esta situación refleja dos cosas: la primera es que cualquier espacio de quietud, silencio y reflexión es un espacio que está situado completamente fuera de nuestra zona de comodidad, de lo que a veces se denomina “nuestra caja”. Lo segundo que revela es que, aunque tengamos la intención de explorar ese espacio “fuera de la caja”, no somos competentes para mantenernos ahí. Es un verdadero desafío mantenerse fuera de lo conocido, porque se experimenta una intensa frustración que nos empuja al abandono y la huida. Solo el verdadero compromiso, la determinación, la persistencia y la paciencia pueden abrir la ventana de la creatividad y la inteligencia para ver lo que desde “nuestra caja” ni tan siquiera se puede vislumbrar.
Entrenarse en salir del área de confort y adentrarse en esa área de quietud, silencio y reflexión es un enorme desafío para el homo faber, que hace tiempo que se olvidó de que también tenía una inteligencia especulativa, una inteligencia reflexiva. Con la inteligencia práctica, el hombre puede crear artefactos que le permiten vivir con comodidad. Con la inteligencia especulativa, el hombre puede adentrarse en la comprensión de la realidad y, por lo tanto, en el camino a la felicidad.
Es esta inteligencia especulativa la que se entrena con la quietud, el silencio y la reflexión. Es esta inteligencia la que permite captar la verdadera esencia de las cosas y ponerse en contacto con el ser que mora dentro de ellas. Es un entrenamiento progresivo gracias al cual, al igual que la musculatura, nuestra inteligencia reflexiva se va haciendo más robusta. Los estudios realizados mediante electroencefalografía han arrojado datos muy curiosos. Cuando estamos en ese espacio de silencio interior, las ondas cerebrales se hacen más lentas y el cuerpo se relaja. El sistema inmunológico mejora y se libera óxido nítrico, que es una molécula sumamente beneficiosa para la salud. Además, en estos ritmos más lentos, el cerebro se vuelve más eficiente y creativo. Muchas personas han comentado que tras este entrenamiento han encontrado de manera “espontánea” la solución a problemas que les tenían muy agobiados.
Otro de los factores que evita que utilicemos el extraordinario papel de nuestra imaginación creadora es la facilidad con la que nos instalamos en la queja. Esta es una actitud muy limitante, porque evita que empecemos a buscar la manera de mejorar las cosas de una forma responsable. Cuando pensamos que la solución de los problemas corresponde a otros y no ponemos nuestro grano de arena para encontrar esa solución, entonces nuestra imaginación se echa a dormir. La puesta en marcha de la imaginación creadora nos exige tomar responsabilidad a la hora de buscar nuevas soluciones y alternativas.
El miedo es otra de las grandes barreras que hay que superar para poner en marcha la potencia de nuestra imaginación creadora. Nuestra ignorancia sobre nuestro verdadero potencial hace que nos asustemos con facilidad ante los retos. Cuando nos asustamos frente a los desafíos, podemos tender a renunciar a hacerles frente y eso impide que se puedan estirar nuestras capacidades. De manera automática, bajamos la talla de esos desafíos al tamaño de nuestras aparentes capacidades.
Cuando las personas nos atrevemos a pensar en grande, nos enamoramos de los proyectos y los hacemos nuestros, se empieza a desplegar en nosotros un potencial asombroso. Lo que evita que pensemos en grande y nos enamoremos de nuevos proyectos extraordinarios no suele ser otra cosa que nuestras dudas acerca de nuestra capacidad y nuestro miedo al fracaso, al creernos a veces muy pequeños e insignificantes ante la talla del desafío. Nuestro miedo se refleja en forma de todo tipo de excusas y justificaciones. Rechazamos, criticamos, ignoramos y nos rebelamos porque no somos conscientes de nuestra auténtica talla.
Muchas veces, cuando miramos atrás, lo que vemos son resultados pobres y pensamos que esos resultados lo que reflejan son capacidades pobres, cuando en realidad no es así. No suele ser la falta de conocimientos o de inteligencia lo que impide que superemos las cosas. Lo que habitualmente evita que superemos las cosas y alcancemos las metas es nuestra escasa eficiencia para aflorar ciertos recursos emocionales cuando más los necesitamos. Para ello lo primero y fundamental es tener fe en nosotros mismos y en nuestras posibilidades. Lo segundo es crear, inventar un proyecto apasionante, y lo tercero es comprometernos firmemente en hacer de ese proyecto una realidad.
Construir desde el pasado hacia el futuro es una forma muy limitante de inventar el futuro, porque sin darnos cuenta estamos asumiendo que lo que no pudo ser en el pasado tampoco podrá ser en el futuro. Sin embargo, construir en el futuro y desde ahí retroceder hasta el presente es la manera de generar algo que no pueda ser predecible desde el pasado.
Las limitaciones que experimentamos en el pasado no tienen por qué proyectarse en nuestro futuro. Solo si pensamos así podremos ser artífices de nuestro destino. Por eso, para utilizar sabiamente el pasado necesitamos dos cosas: 1. Entender la manera en la que imponemos restricciones en nuestra vida. 2. Descubrir algunas estrategias, no fórmulas mágicas, que permitan trasladar esa nueva comprensión adquirida a una acción precisa y efectiva que nos ayude a diferenciar algún aspecto importante de nuestras vidas y a influir positivamente en las personas con las que interactuamos cada día.
Luis Alejandro Agudelo
Interesante vernos como maquinas biológicas que tienen una programación con la cual se guían y no se cuestionan. Aquí entra nuestra parte espiritual que tiene la posibilidad de ver esa maquina desde una dimensión más elevada, esta espiritualidad trabaja con la fe y la creencia de lo que no se ve.
David Tertov
Revelador!