Cuando menos te lo esperas

Resumen del libro

Cuando menos te lo esperas

Por: Magnus Lindkvist

El lado positivo de la incertidumbre y su influencia en la creatividad y la innovación
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Introducción

Pocas personas son proclives a considerar su existencia como una serie aleatoria de sucesos inesperados y nos esforzamos lo indecible para convencernos de que hay un plan maestro. Queremos creer en una narración simple y coherente, tanto si se trata de una explicación de las catástrofes como del sentido de la vida. En un mundo donde cada día es una sorpresa a punto de ocurrir, este libro supone un esfuerzo por encontrar el lado positivo de la incertidumbre.
Todo en esta vida es, en cierta forma, incierto: desde la gente que uno conoce hasta las situaciones que atraviesa en su vida; pero, de vez en cuando, lo inesperado ataca con fuerza, de tal forma que modifica la dirección hacia la cual uno se dirigía. Esto afecta a nuestro cerebro, influye en las empresas, tiene consecuencias en las sociedades y, en algunos casos, lo aprovechan los charlatanes y pseudocientíficos para augurar catástrofes que es improbable que lleguen a suceder. A diferencia de la opinión convencional, la incertidumbre no es algo malo que debamos evitar sino un activo que debemos abrazar y tiene un papel importante en las experiencias placenteras y en el progreso. La creencia en que se sustenta este libro es que el espíritu de la curiosidad forma parte de nuestra herencia, desde la ciencia a la propia civilización.

La mente sorprendida

Elaboramos planes meticulosos para el futuro y atribuimos nuestro posible éxito a nuestros propios actos. Hablamos de cosas como el destino y las coincidencias afortunadas, como si existiera un guion invisible para la vida que llevamos. Tanto los creyentes como los escépticos somos muy reacios a usar las palabras “por azar” o “sin sentido” para describir nuestra propia vida. Tendemos a mirar los días de nuestra existencia como si fueran parte de una trayectoria, que podríamos llamar “la línea de la vida”. A esta tendencia, Michael Shermer la llama patternicity [patronicidad], la tendencia a ver patrones significativos donde existe un ruido sin sentido. Al igual que las cuentas de un collar ensartadas en un cordón, nuestra vida es la conexión entre sucesos aleatorios que confiamos que sucedan y que rogamos que tengan sentido. Cuando suceden cosas que rompen el patrón, reaccionamos con desconcierto.
La proyección lineal no es un fenómeno especialmente nuevo. Por el contrario, la mayoría de culturas que conocemos tenían algún modelo para explicar la trayectoria de la vida. Quizás el más parecido a la idea de una línea vital es el antiguo concepto noruego de wyrd o “hilo del destino”. Los wyrds eran devanados por las Norns, tres mujeres que hilan el destino del hombre con un huso. Las hebras podían ser largas y rectas, o cortas y enredadas. Hoy podemos reírnos de las supersticiones de aquellos locos vikingos; sin embargo, el modelo de la vida como una narración lineal sigue vivo. Alguien dijo una vez, hablando de la ciencia, que todos los modelos son erróneos, pero algunos son útiles; podemos aplicar la misma lógica a este modelo mental: es un autoengaño —un campo distorsionador de la realidad— que nos ayuda a hacer planes y a ver nuestra vida como algo con sentido.
En cualquier momento dado, la mayoría de las cosas están inmóviles. Sujetas a su sitio por un equilibrio de poderes entre las fuerzas que promueven el cambio y las que se oponen a él. El cambio se produce cuando las fuerzas opuestas a él se debilitan o las que lo promueven se fortalecen. Dependiendo de lo rápidamente que estas fuerzas disminuyan o aumenten, el cambio será lento y gradual, o revolucionario.
En la pasada década, los canales de noticias y los profetas del catastrofismo han utilizado las palabras “inesperado” y “peligroso” de forma intercambiable, como si un mundo imprevisible fuera automáticamente menos seguro. ¿Tenemos razón en temer lo inesperado y armar tanto jaleo al respecto? Hasta cierto punto, la respuesta es sí. Pero cambiemos la pregunta y, en lugar de inquirir si el mundo es más imprevisible y a dónde nos lleva eso, pensemos en dónde estaríamos si no sucedieran cosas inesperadas. Pensemos en todas las cosas que en la vida se construyen sobre lo inesperado. ¿Qué pasaría con las apuestas? ¿Dónde estaría el apasionamiento de ver un partido en el estadio? Estas son cosas que necesitan de lo imprevisible para engancharnos. En estos casos, la previsibilidad se convierte en una razón para sentir desagrado y desconectar.
Sin duda, placer no es lo único que sentimos cuando nos enfrentamos a acontecimientos inesperados y a la incertidumbre. Si fuera así, estrellaríamos el coche y nos divorciaríamos porque sí, solo para conseguir el acelerón de adrenalina que causan ambas cosas. Otra reacción corriente es el estrés, la conmoción y el trauma. El trastorno por estrés postraumático (TEPT), por ejemplo, es un síndrome que afecta a las víctimas de graves traumas emocionales, que han vivido algo inesperado que les causa una reacción emocional intensamente negativa. Lo que nos aterra son las cosas que no podemos controlar, haciendo que temamos acontecimientos que es estadísticamente improbable que vivamos nunca, como un accidente aéreo, un ataque terrorista o —como puede darse el caso en Suecia en invierno— que nos caiga encima un carámbano.
Para evitar la posible amenaza de lo inesperado, creamos una serie de reglas tácitas según las cuales vivimos. Si son relativas al cerebro se las conoce como heurísticas: modelos mentales, o prejuicios, para usar un término más corriente. La palabra prejuicio tiende a tener connotaciones negativas, mientras que, en muchos casos, la heurística es beneficiosa; probablemente es sensato apartarse del camino cuando se acerca un perro de aspecto agresivo, porque nueve de cada diez veces los perros con aspecto agresivo son agresivos.
Ante las sorpresas desagradables, nuestro cerebro produce una respuesta que empieza en dos procesos diferentes. Imagina que alguien aparece de un salto desde detrás de un árbol para asustarte mientras paseas por el bosque. Incluso si solamente se trata de un amigo tuyo, tu reacción inicial es de susto y confusión totales, aunque dure únicamente unas milésimas de segundo. Luego te das cuenta de que es tu amigo y te relajas, un tanto irritado quizá, por el infantil sentido del humor de esta persona. Estas dos reacciones —pánico seguido de relajamiento— no son el resultado de que el cerebro reaccione ante dos informaciones diferentes. Desde el principio se trataba de tu amigo. Al contrario, son el resultado de que dos partes del cerebro procesan la misma información.
El primer proceso tiene lugar en la zona conocida como cerebro reptiliano y es rápido e intuitivo. El segundo proceso tiene lugar en otras partes del cerebro, y es más lento y deliberativo. Nuestro amigo salta para asustarnos y nuestro instinto reacciona ante él como una amenaza: todo nuestro sistema se acelera para luchar o huir; luego recuperamos, literalmente, el sentido para analizar la situación y reconocer la familiar sonrisa de nuestro amigo, después de una diablura. Alivio. El cuerpo produce hormonas para que nos relajemos.
Cuando se trata de la conducta cotidiana, estamos dominados por la costumbre. Algunas de esas costumbres son absolutas —necesitamos comer, dormir y beber—, pero otras son el resultado de la química cerebral. Los hábitos y las actividades cotidianas son una medida evolutiva de protección contra el estrés. Si tuviéramos que reflexionar profundamente sobre cada opción que se nos presenta, consumiríamos una cantidad enorme de energía y aumentaríamos drásticamente los niveles de estrés. Así que desconectamos una parte del cerebro viviendo de acuerdo a las costumbres; el hecho muy citado de que solo usamos entre el 10 y el 20 por ciento de nuestra capacidad cerebral se refiere al cerebro cuando está en este modo cómodo que consume menos energía.
Aunque a muchos nos gusta pensar que somos un tanto aventureros y disfrutamos probando nuevas experiencias, dentro de la cabeza llevamos incorporado un filtro que nos impide desviarnos mucho del camino trillado. Se llama “córtex cingulado anterior”. Va asociado a la percepción de errores y contradicciones, y se activa cuando vemos, oímos y experimentamos algo que no parece estar del todo bien, algo que no debería funcionar. Es una especie de sistema inmunitario cuyo fin es proteger nuestros pensamientos y nuestra cordura de los ataques salvajes de cosas que no tienen ningún sentido. Si viéramos llover hacia arriba, el circuito se pondría en marcha. Diríamos: “¡Qué raro!”, nos frotaríamos los ojos para asegurarnos de que vemos las cosas bien y, en la mayoría de los casos, comprenderíamos que se trataba de una ilusión óptica. No era lluvia al revés, solo gotas que caían con tanta fuerza contra el suelo que rebotaban.
Algunos casos desorientadores y extraños, incluso escalofriantes, en que nos tropezamos con lo inesperado, pueden entrenar al cerebro para que vea cosas nuevas. Cosas que, de otro modo, habría pasado por alto. Esto, conjeturan los investigadores, podría deberse a una punta de actividad en el córtex cingulado anterior que causa un aumento de la motivación para detectar y corregir errores de percepción en el mundo real. Cuando lo inesperado tiene poco o ningún sentido, es posible que mejore la manera en que aprendemos y vemos el mundo. Esto es así porque el cerebro vuelca su atención hacia fuera y, para librarse de esa sensación extraña, busca coherencia y sentido en otros sitios, canalizamos la sensación a algún otro proyecto y, al parecer, mejora algunos tipos de aprendizaje.
Los sucesos inesperados pueden causarnos dolor y sufrimiento. Pueden hacer que nuestra visión del mundo se tambalee hasta los cimientos y hacer que nos desilusionemos. Estos efectos se pueden sentir durante años, a veces durante el resto de nuestra vida. Sin embargo, son esos sucesos inesperados lo que nos impulsa. Aunque en ocasiones, tememos y detestamos lo inesperado, sin embargo, también conduce a la sabiduría, al genio creativo y a una vida llena de sentido. Exponernos a nuevos pensamientos e ideas que son contrarios a lo que hemos acabado creyendo puede dar lugar a nuevas conexiones neuronales. La mística de lo inesperado —tanto si se trata de una nueva experiencia como de una nueva idea— es como una crema antienvejecimiento para el espíritu.

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Biografía del autor

Magnus Lindkvist

Magnus Lindkvist es un cazador de tendencias con sede en Estocolmo y se le considera el mejor conferenciante de temas empresariales de Suecia. Ha escrito un libro anterior, titulado Everything We Know in Wrong (Marshall Cavendish, 2009). Su trabajo es ayudar a que las empresas puedan entender el futuro y ganar dinero con ello.

Ficha técnica

Editorial: Empresa Activa

ISBN: 9788492452835

Temáticas: Innovación

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