Todas las actividades humanas pueden reducirse a este esquema: input > procesamiento de la información > output. Por ejemplo, cuando conduce hacia el trabajo, recibe información sobre el movimiento del tráfico, las condiciones meteorológicas, el estado de la carretera, etc. Todo ello es información entrante (input), que puede aceptarse, rechazarse, analizarse en gran detalle o pasarse por alto.
Los mejores conductores reciben más y mejor información, que les proporciona detalles más precisos que pueden procesar y utilizar para generar un output adecuado, como la velocidad y la ubicación del vehículo en la carretera. Por buenos que sean el procesamiento de la información y la respuesta, la calidad de esta dependerá de la cantidad y de la calidad del input.
Fomentar la conciencia, el primer elemento clave del coaching, consiste en agudizar los receptores de información. No es tarea sencilla porque todos tenemos un mecanismo interno que busca continuamente reducir la conciencia al nivel de “la justa y necesaria”. Aunque parezca una desventaja, de hecho, es imprescindible para evitar la sobrecarga de información. El inconveniente es que, si no elevamos nuestra conciencia y la de quienes trabajan con nosotros, el output que produciremos será mínimo. La tarea del coach consiste en elevar y en mantener la conciencia al nivel adecuado en las áreas necesarias.
En nuestros cursos, definimos conciencia como input relevante y de alta calidad. Piense en la pobreza de la imagen que recibiría si le dijera: “Las flores de ahí fuera son rojas”, en comparación con la que obtendría si le preguntara: “¿De qué color son las flores de ahí fuera?”, y tuviera que ir a verlo usted mismo. Y aún sería mejor si le preguntara por la tonalidad de rojo de las flores. En un caso, obtiene la imagen de una flor estándar; en el otro, recibe una explosión de vida detallada, en una miríada de matices de rojo en ese preciso momento. Es único. En quince minutos habrá cambiado, porque el sol se habrá movido. Por lo tanto, el input autogenerado, inducido por el coaching, es infinitamente más rico, más inmediato y más real.
La responsabilidad es el otro gran concepto u objetivo fundamental del coaching. Es crucial para el alto rendimiento. Cuando aceptamos, escogemos o asumimos verdaderamente la responsabilidad sobre lo que pensamos y lo que hacemos, el compromiso que adquirimos aumenta y lo mismo sucede con el rendimiento. Cuando nos ordenan o nos dicen que seamos responsables sin que lo aceptemos plenamente, el rendimiento no aumenta. Ciertamente, es probable que hagamos lo que se nos pide, porque hay una amenaza implícita en caso contrario, pero hacer algo para evitar una amenaza no optimiza el rendimiento. Para sentirse plenamente responsable, es imprescindible poder escoger.
Imaginemos un grupo de obreros de la construcción a los que se les da instrucciones: “Fred, ve a buscar una escalera. Hay una en el cobertizo”. ¿Qué hará Fred si no la encuentra allí? Volverá y dirá: “Allí no hay ninguna escalera”.
Imaginemos que lo que se dice es lo siguiente: “Necesitamos una escalera, hay una en el cobertizo. ¿Quién va a buscarla?”. Fred responde que irá él, pero cuando llega al cobertizo no ve escalera alguna. ¿Qué hará esta vez? Buscará en otro sitio. ¿Por qué? Porque se siente responsable. Quiere encontrar la escalera, por sí mismo, por su autoestima. La diferencia radica en que se le ha dado a elegir y ha respondido.
Hace aproximadamente una década, los coaches deportivos se centraban en la habilidad técnica y en la forma física que exigía cada disciplina deportiva. En general, no se creía que la mente fuera tan importante, porque, se decía, cada deportista había nacido con la mente que tenía y no se podía hacer mucho al respecto. ¡Error! Los coaches podían alterar, y alteraban, el estado mental de sus atletas, pero en general lo hacían de manera inconsciente y con frecuencia negativa, debido a su metodología autocrática y a su obsesión por la técnica.
Estos coaches negaban a sus pupilos la responsabilidad personal, porque les decían qué hacer; les negaban la conciencia, porque les decían qué debían ver. Limitaban la responsabilidad y mataban la conciencia. En la actualidad, algunos que se hacen llamar coaches siguen trabajando así, al igual que muchos directivos. Contribuyen a las limitaciones de los atletas o de los empleados tanto como a sus éxitos. El problema es que, como es posible que logren resultados razonables de aquellos a los que dirigen, no se sienten motivados a intentar nada distinto y nunca sabrán ni creerán que podrían obtener resultados muy superiores con otra metodología.
La tarea del coach no es resolver problemas, enseñar, asesorar, instruir... ni siquiera transmitir conocimientos; consiste en ser una caja de resonancia, un facilitador, un consejero y un catalizador de la conciencia. Un buen coach debe ser consciente de sí mismo para que sus reacciones no distorsionen su objetividad y su imparcialidad. Debe evitar la proyección, que consiste en percibir en otros rasgos propios, y la transferencia, que se manifiesta cuando desplazamos experiencias del pasado a personas con las que nos relacionamos en el presente.
¿Es necesario que el coach disponga de experiencia o de conocimientos técnicos sobre el área en la que trabaja? Podría parecer que lo ideal sería un coach experto que también contara con gran cantidad de conocimiento técnico. Sin embargo, es muy difícil que los expertos prescindan lo suficiente de su experiencia como para ejercer bien de coaches. Permítame ilustrarlo con un ejemplo procedente del tenis. Hace ya varios años, muchos de nuestros cursos de tenis interior estaban tan saturados que nos quedamos sin coaches. Trajimos a dos coaches de esquí interior, los vestimos con el uniforme de coach de tenis, les dimos una raqueta y los dejamos sueltos, después de hacerles prometer que no utilizarían la raqueta bajo ninguna circunstancia.
Tampoco es que nos sorprendiera demasiado, pero el coaching que desarrollaron no se diferenció mucho del de sus colegas expertos en tenis. De hecho, en un par de ocasiones notables fue incluso mejor. Al reflexionar sobre ello, la respuesta se hizo evidente. Los coaches de tenis veían los errores técnicos que cometían los participantes; los coaches de esquí, que no podían percibir esos errores, veían la eficiencia con que utilizaban el cuerpo. La ineficiencia corporal procede de la inseguridad y de una conciencia corporal insuficiente. Los coaches de esquí se dirigían a la raíz de los problemas, mientras que los de tenis se dirigían al síntoma, el error técnico. Esto nos obligó a ampliar la formación de los coaches de tenis, para ayudarlos a separarse más de sus conocimientos técnicos.