Smile

Resumen del libro

Smile

Por: Rubén Turienzo

El arte de la actitud positiva
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Introducción

 

La actitud positiva tiene efectos increíblemente energizantes y rejuvenecedores. Es un auténtico elixir que consigue que una persona se sienta plena, satisfecha y con una alta autoestima. Te da un motivo para abandonar la mediocridad, fortalece la sensación de utilidad y potencia la motivación. Además, la actitud positiva proyecta éxito y es un auténtico imán de personas, oportunidades y proyectos.
La actitud positiva no se basa en hacer desaparecer o ignorar los problemas, sino en gestionar con optimismo y eficacia los inconvenientes que se presenten. Este libro está dirigido a quienes están decididos a dar un giro positivo a sus vidas y necesitan herramientas para lograrlo. El Método Smile de Rubén Turienzo puede abrir tu mente a una nueva concepción del mundo. Porque, como recuerda el autor, “la vida es un globo que te elevará o te hundirá según el material con que la llenes”.

 

El Método Smile

El Método Smile es una herramienta en cinco pasos que permite depurar las situaciones o los problemas que nos presionan y que nos dificultan el tener una actitud positiva. Básicamente se trata de preguntarse ante algo que nos está generando dificultades o nos hace infelices si se puede…
  1. Simplificar: ¿Lo puedo hacer más sencillo?
  2. Relativizar: ¿Seguro que es tan grave?
  3. Positivizar: ¿Qué elemento positivo me puede aportar?
  4. Ilusionar: ¿Qué puedo crear a partir de eso?
  5. Modificar: ¿Puedo actuar sobre ello modificándolo?
 
Simplificar. La vida no es fácil, pero el problema es que nos empeñamos en hacerla complicada a cada instante. Todos tenemos asignada una distancia en felicidad, pero con cada nudo (problema) que creamos, la acortamos. Así de simple. La gran pregunta es “¿por qué estamos acortando nuestra felicidad con absurdas complicaciones?”.  
El primer motivo es que sencillamente nos hemos vuelto cómodos. Cada día nos esforzamos menos. Ese es el verdadero problema. Un ejemplo. Prefieres consumir un tiempo valiosísimo en desplazarte en tu automóvil al trabajo, en vez de utilizar el transporte público. Prefieres consumir combustible y pagar un seguro en vez de compartirlo. El resultado es que al final del día te quejarás del dinero que has gastado y del tiempo que no tienes, sin saber en qué los has invertido. Podrías leer, preparar informes, incluso contestar algunas llamadas o descansar en el transporte público. Pero, claro, hacer todo eso complica tu vida. La comodidad prima sobre la sencillez. Por eso, al final, acabas complicándote la vida y despilfarrando recursos.
El segundo obstáculo es el efecto solucionador. Nos pasamos la vida buscando problemas que resolver porque así demostramos que somos necesarios.
Un ejemplo. Estás viviendo una etapa genial con tu pareja. Reina la tranquilidad y por supuesto también la monotonía bien entendida, es decir, el equilibrio. Así que decides provocar una pelea con el fin de que tu pareja se esfuerce por demostrar que realmente le importas. Eso conlleva un desgaste emocional duro que seguramente acabará con una ardiente reconciliación. El resultado es que al final has conseguido un instante de calma y satisfacción tras una tremenda tormenta. ¿No era más fácil provocar un beso? Pero, claro, eso no te permite ser quien solucione el problema.
En vez de vivir en armonía y dejando que otras personas tengan protagonismo, nuestro ego prioriza nuestras decisiones y quiere imponerse para demostrar que tenemos razón o que somos imprescindibles.
Todos queremos sentirnos valiosos, pero ¿es lo más sencillo? Exceso de comodidad y necesidad de reconocimiento. Esos son los grandes enemigos de la sencillez en nuestras vidas...
¿Qué ganarías realmente si simplificaras tu vida?:
  1. Eficacia: el ser humano solamente puede tener un pensamiento a la vez. Por lo tanto, todo el tiempo que dediques a un problema que te ronda la cabeza se lo restarás a tu eficacia mental.
  2. Energía: el cerebro es el órgano que más energía consume y, cuando realizas una nueva y laboriosa acción mental, acabas bastante agotado. Por lo tanto, todo el tiempo que dediques a ejercitar el cerebro con nuevos problemas será energía que despilfarres.
  3. Autoestima: cada problema nos deja una arruga. Y cada arruga, una duda sobre nosotros o nuestro entorno. Por lo tanto, cuantas más complicaciones, más dudas, más incertidumbre y más arrugas en tu interior.
  4. Tiempo: sabemos que cada día tiene 1440 minutos, y eso no va a variar. Lo que sí varían son las acciones que debemos desarrollar a lo largo del día. Por lo tanto, cuantos más elementos tengamos que resolver y más problemas nos impidan alcanzar el logro de nuestro día a día, menos tiempo nos dejarán para nuestras verdaderas prioridades.
Eficacia, energía, autoestima y tiempo... ¿Acaso no te quejas siempre de que esto es lo que te falta? Si simplificas, lo tendrás.
 
Relativizar. Metemos en la batidora de nuestra cabeza todo lo que nos acontece y, según los condimentos que le agreguemos, nos da un resultado u otro. El sabor de tu felicidad no depende del suceso, sino de los ingredientes con que lo mezcles. Así de simple.  
El mismo suceso para unas personas es un gran inconveniente y para otras, una gran alegría, una oportunidad. Relativizar no es minimizar o no dar importancia a los problemas, tampoco es ignorar o pasar de todo lo que nos afecta, sino aprender a tomarse las cosas de otra manera para que no interfieran en nuestra actitud positiva. Dicho de otra manera, el problema no es el problema en sí mismo, sino el problema en el que acabamos convirtiéndolo.
Tus pensamientos y tus actos están íntimamente unidos. Todo comportamiento externo, cualquier acción, vienen precedidos por un comportamiento mental, por una forma de entender los sucesos, de percibirlos, de procesarlos y, finalmente, de interpretarlos. Las acciones que llevamos a cabo son intencionales, algo las motiva y vienen guiadas por esos pensamientos que manejamos. De esta manera, nuestras acciones reflejan nuestra valoración de las cosas que suceden en la vida. Cuando nos enfrentamos a una situación o a un conflicto, decidimos cómo actuar a menudo guiados por nuestro estado emocional, que puede facilitar o, por el contrario, dificultar nuestra capacidad para reflexionar y analizar las situaciones. La negatividad no permite avanzar y lleva a más negatividad.
El primer obstáculo que nos encontramos a la hora de relativizar los problemas es la incertidumbre. Ante ella, nuestro cerebro siempre recurre a la autoprotección.
La incertidumbre generada por la falta de alguna información la rellenan nuestros miedos y pensamientos negativos con el único fin de estar alerta ante un posible suceso que nos dañe.
Un ejemplo. Te dicen que tienes que reunirte con la jefa el lunes a primera hora de la mañana, pero no sabes de qué quiere hablar. En primer lugar piensas en algo negativo interior; piensas que has hecho algo mal. Pero rápidamente tu ego empieza a protegerse. Entonces buscas culpables externos y justificaciones, como que un compañero ha contado algo que no debía. El resultado es que irás a la reunión a la defensiva, con cientos de pensamientos negativos en tu cabeza y con ganas de ganar la batalla... Pero, claro, crees que es mejor adelantarse a los acontecimientos.
En vez de pedir más información y asumir que no tienes todos los datos, prefieres creer que puedes rellenar esos huecos con tus creencias. Así intoxicas el resultado final.
El segundo obstáculo que debemos sortear a la hora de relativizar es nuestro ombligo. Según nuestra cabeza, tiene el poder de crear una constelación propia y todo gira en torno a él.
Un ejemplo. Una persona a la que aprecias ha decidido quedar contigo para tomar algo, pero a última hora te llama para cambiar de opinión. En vez de tomar distancia e intentar entender las motivaciones, en tu cabeza siempre surge la posibilidad de que exista un plan mejor. Y claro, si tiene un plan mejor, entonces no es una persona que valore vuestra relación y por lo tanto quizá no merezca tanto la pena la buena disposición que tú siempre le demuestras. Sería mucho más sencillo entender que quizás otra persona, o ella misma, necesita su tiempo para algo importante... Pero eso te sacaría de la ecuación.
En vez de tomar perspectiva e intentar comprender otras posiciones dentro de la situación, actuamos basándonos solamente en el egoísmo de nuestros sentimientos y en las consecuencias de la acción para nosotros.
Incertidumbre provocada por la falta de comunicación y falta de perspectiva por estar demasiado involucrados en nuestros pensamientos: esos son los grandes enemigos de la capacidad para relativizar.
¿Qué ganarías realmente si relativizaras tus problemas?
  1. Positividad: el cerebro es como un gran motor que gestiona las acciones con un aceite, los pensamientos. Si el aceite es de calidad, las acciones también. Si tus acciones están lubricadas con un aceite positivo, toda tu vida funcionará mejor. Por lo tanto, si todo lo que haces está basado y enriquecido con la duda, la incertidumbre y la ansiedad, estarás estropeando y ensuciando la maquinaria.
  2. Capacidad resolutiva: nuestro cerebro aprende rutinas de resolución y protocolos que interioriza y hace suyos. Si acostumbras a tus pensamientos a buscar otras alternativas y posibilidades, y no te cierras a una única opción, poco a poco te será más fácil encontrar soluciones a tus situaciones complicadas. Por lo tanto, si no ejercitas esta habilidad y eres de creencias únicas, tu capacidad resolutiva tenderá a cero.
  3. Oportunidades: nuestros ojos ven lo que queremos ver, aunque sabemos que, cuanto más lejos estemos de algo, mejor podremos contemplar toda su esencia. Necesitamos perspectiva para apreciar todos los elementos y sacar de ellos nuevas posibilidades u oportunidades. Por lo tanto, cuanto más te centres en un único detalle, menos oportunidades estarás preparado para ver.
  4. Relajación: el cuerpo utiliza menos músculos cuando se relaja que en una posición agresiva; la cabeza también. Por lo tanto, el cerebro se agota debido a la inversión de energía en dichas necesidades musculares y, además, por el constante asedio de los pensamientos negativos.
Espíritu positivo, capacidad resolutiva, oportunidades y relajación... ¿No son acaso elementos que te encantaría tener? Si relativizas, los tendrás.
 
Positivizar. Ya hemos recorrido casi la mitad de nuestro modelo. Seguramente la mayoría de los problemas han desaparecido por simplificación o por relativización. Pero, aun así, es lógico que en algunos casos haya elementos demasiado complicados para ser eliminados e incluso que requieran de todo nuestro esfuerzo. Es lógico, no te preocupes. Ahora vas a saber qué hacer con ellos.  
La vida es positiva, aunque nadie ha dicho que no exista negatividad en ella. El problema es que esa negatividad se convierte en juicio negativo, y de ahí a que nuestros actos también lo sean por culpa de unos pensamientos negativos hay un paso. La clave de todo es aprender a positivizar. No se trata de reírte de los problemas sin más, sino de entender que, si te aferras a la consecuencia positiva, todo será mucho más fácil de resolver.
La negatividad nos intoxica. Literalmente. Recientes estudios demuestran que un minuto de pensamientos negativos en nuestra cabeza debilita nuestro sistema inmunitario durante horas. Pero cuando se nos mete algo en la cabeza, es imposible sacarlo, ¿verdad? Nuestra actitud siempre será un reflejo de lo que pensamos. Por lo tanto, si dejamos que el pensamiento negativo se apodere de nosotros, solo existen dos reacciones posibles: miedo o negatividad.
El primer obstáculo que nos encontramos a la hora de positivizar es el boicot a la realidad. Siempre nos ponemos en la peor de las situaciones posibles, aunque la realidad nos brinde otras pruebas.
¿Por qué nos cuesta tanto positivizar? Porque queremos tener razón. Nuestro ego, que siempre intenta tener el control y el poder, si se ha equivocado interpretando cualquier situación como negativa, no es capaz de reconocer su error.
Un ejemplo. Un familiar siempre abusa de tu generosidad. Lo ha hecho en otras ocasiones. Así que, cuando esta vez te pide que os veáis para hablar, tú empiezas a recordar las experiencias pasadas y guías la conversación poniendo diques para que no vuelva a suceder. No lo escuchas y, cuando termina el encuentro y eres consciente de que no te ha sacado nada que te comprometa, te sientes victorioso. Habría sido más sencillo escuchar y comprobar que a lo mejor... isolo quería hablar...! Pero, claro, es mejor demostrar que tú tenías razón.
En vez de reconocer que tu primer pensamiento era erróneo y que hay situaciones que se escapan a tu control, sobre las que no tienes poder, las estás boicoteando para que el final sea lo que tú esperabas.
Ya sé que siempre es mejor tener razón, pero ¿estás actuando con positividad? Me contaron una vez que una mujer a la que le había tocado la lotería se entristeció tanto al imaginar que algo malo ocurriría después para compensar ese golpe de buena suerte que ni siquiera cobró el billete premiado. Nunca somos más tontos que cuando nos obsesionamos con tener razón.
El segundo obstáculo que debemos esquivar a la hora de positivizar es el victimismo. Nos gusta ser las víctimas y contar a todo el mundo nuestra gran batalla vivida, aunque se nos olvide que la gran hazaña, para ser tal, necesita necesariamente una conquista épica.
Constantemente comparamos nuestros logros con los de los demás y, para añadir mayor virtud a los nuestros, sometemos nuestras vidas a presiones reales o inventadas.
Un ejemplo. La vida te ha colocado en una buena posición, pero a todo el mundo le cuentas que no ha sido fácil llegar hasta allí. Lo haces con tanto esmero que todas esas complicaciones se convierten finalmente en los temas principales de tus conversaciones. Hasta el punto de que metes cada pequeño problema en el saco de los grandes inconvenientes que te has encontrado en la vida. Habría sido mucho más sencillo positivizar y celebrar la posición a la que has llegado... Pero, claro, eso no te haría merecer los aplausos.
En vez de centrarte en los aspectos positivos de la realidad, prefieres enaltecer esa realidad con problemas para eliminar los juicios externos ante una frustración que solo tú sientes y sabes que existe. Es decir, tu peor juez eres tú, y ese victimismo en el fondo es únicamente una autojustificación para acallar a ese juez interior.
El tercer obstáculo es la falta de sentido del humor. Nos gusta tomarnos en serio, pero, sobre todo, que nos tomen en serio. Y tan serios queremos parecer que al final, por desgracia, conseguimos ser tristes.
Nos comportamos como si todo fuese de vital importancia. Nuestra profesión, nuestras ideas, nuestra opinión. ¿Qué más da que otra persona haya votado a otro partido, sea de otro equipo de fútbol o no comulgue con tus creencias religiosas? La tolerancia y el humor van siempre de la mano y esto deberíamos recordarlo siempre si queremos tener una actitud positiva.
Boicot a la realidad para llevar razón, miedos, constantes comparaciones, victimismo y falta de tolerancia o de sentido del humor… Todo esto hace que esos pensamientos y acciones que no has podido simplificar o relativizar sigan ahí. No has sido capaz de ver el lado bueno de las cosas. Eso destruye tu actitud positiva y, por lo tanto, te aleja de tu felicidad.
¿Qué ganarías realmente si positivizaras tus problemas?
  1. Alegría: ante los estados positivos, el cerebro genera endorfinas y dopamina; el cortisol (la hormona del estrés) y la ansiedad disminuyen. Es decir, que estamos más protegidos, nos sentimos mejor y eso se refleja en nuestra actitud. Por lo tanto, si no trabajamos el espíritu positivo, estaremos abandonando nuestra alegría a merced de las constantes enfermedades y malestares del cuerpo.
  2. Efectividad: el tiempo que dedicamos a preocuparnos no podemos dedicarlo a ocuparnos. Para tener efectividad, debemos centrar nuestros pensamientos en aquello que realmente nos ilusiona, así como optimizar tiempo y resultados positivos. Por lo tanto, si no te esfuerzas, caerás en la apatía, la pérdida de efectividad y en algo mucho peor: la autojustificación de tu mediocridad.
  3. Motivación: para actuar, el cerebro necesita responder a una sencilla pregunta: ¿para qué? Solo los mensajes positivos contienen metas deseables. Si recurrimos a ellos constantemente, nos acostumbraremos a contar siempre con la motivación necesaria para disfrutar de esas cosas positivas que la vida nos ha brindado. Por lo tanto, si quieres que la desmotivación y la pereza se hagan con las riendas de tu vida, únicamente debes adornarla con pensamientos negativos.
  4. Salud: la risa ayuda a curar la depresión, el estrés y la angustia. Limpia y ventila los pulmones. Mejora la oxigenación del cerebro, regulariza el pulso cardiaco, ayuda a trabajar al aparato digestivo y regula el intestino. Relaja los músculos tensos, quema calorías, alivia el insomnio, fortalece los lazos afectivos, potencia la creatividad... Por lo tanto, es ser muy mala gente no cuidar tu cuerpo negándole una risita de vez en cuando.
Alegría, efectividad, motivación y salud... ¿No son acaso elementos de los que te encantaría gozar plenamente? Si ves el mundo en positivo, los tendrás en abundancia.
 
Ilusionar. Y, ¿qué pasa si nos cuesta encontrarle el lado positivo a algo? Pues lo imaginamos. Ese es el poder de la ilusión. Vivir con ilusión es vivir con motivación, es sentirse tan grande como para conquistar la cima más alta. Es sonreírle al inconveniente y diseñar un futuro positivo.  
Para obtener felicidad, es imprescindible tener metas e ilusiones positivas. Así de simple.
La vida tiene matices y aspectos que nos hacen maravillarnos a cada instante. Solo debes mirar bien y, de repente, vendrán a tu memoria las imágenes de las personas sepultadas por un terremoto que sobreviven en contra de todas las expectativas. O de esa persona cercana que parecía desahuciada y de repente conquistó la vida. O de aquella situación que parecía que iba a poder contigo, pero te levantaste de nuevo... Aún más fuerte, con más sabiduría, más ilusión y sabiendo cómo enfrentarte a los momentos críticos. La vida puede ser un globo que te eleve o un lastre que te hunda. Todo depende del material con que la llenes.
Los primeros obstáculos para ilusionarnos son la rabia, el odio, la ira... Nuestra primera respuesta siempre es negativa, estamos preparando que suceda algo para destapar la caja de los truenos.
Nuestro pasado desempeña un papel importante en nuestro instinto de protección y programa nuestras reacciones intentando protegernos. De ese modo, si una vez no lo conseguimos, en esta ocasión tampoco. O incluso peor, no lo intentamos porque ya sabemos que no lo vamos a conseguir.
No somos capaces de ilusionarnos o visualizar alternativas porque nos centramos en justificar las consecuencias y no en evaluar nuestras responsabilidades. Es más sencillo mostrar ira que reconocer nuestro error y, desde ahí, relativizar y construir nuevas consecuencias positivas.
El segundo obstáculo con el que nos enfrentamos cuando se trata de ilusionarnos es la rutina. Tenemos tan claro lo que va a pasar el próximo martes por la noche que ¿para qué voy a preocuparme en planificar algo distinto?
Nuestro cerebro es feliz con las rutinas. Eso le facilita el trabajo y nos pone en modo de stand by sin demasiado esfuerzo. Por eso te lavas los dientes siempre de la misma manera, te sientas en los mismos asientos o conduces por los mismos carriles. Por eso tus discusiones siempre pasan por las mismas fases.
Para ilusionarnos debemos ver, incluso en la rutina, elementos que nos inspiren y proceder con energía y entusiasmo. Es decir, dejar de pensar que, como ya conocemos la operativa y el resultado, no es posible disfrutar de ello ni generar un nuevo resultado ilusionante.
El tercero de los obstáculos es el factor frustración. Queremos ilusionarnos por las cosas, e incluso motivarnos con la conquista de nuestros sueños, pero nos da miedo fallar en el intento.
Preferimos confiar en lo que ya somos o tenemos antes que intentar crecer en algo y no solo fallar, sino vernos y que nos vean como alguien que ha fracasado en su intento.
Un ejemplo. Quieres compartir más tiempo de ocio con tus amistades. Piensas que para ello estaría bien organizar un viaje de vacaciones juntos. Sin embargo, te acuerdas de los problemas de pareja de tu amiga Helena y de los niños de Juan. Así que finalmente decides descartar la idea. Habría sido mucho más ilusionante confiar en tu capacidad de moldear todos los elementos, trabajar para llegar a un entendimiento, esforzarte para que todo saliese bien... Pero, claro, no quieres ser tú quien provoque más problemas.
En vez de confiar en ti, crear una estrategia y, en el peor de los casos, ver el fracaso como una experiencia, vives la frustración incluso antes de que llegue. Es decir, prefieres adelantarte a los acontecimientos y dejar de intentarlo. Piensa una cosa: así es seguro que no fallas, pero también lo es que no lo conseguirás.
Y por último, la pereza... que no concede tregua. Lucha contra ella. No te dejes arrastrar y comienza con pequeñas ilusiones que te vayan despejando el camino hasta la gran ilusión. Porque, si cedes en tu empeño, te lo aseguro, la pereza te abrazará como una manta en un día de invierno... Tan a gusto... Tan calentita... Tan inmóvil.
Dejarte arrastrar por la pereza, temer el fracaso, cargar con la losa de la rutina y cegarte con la ira: todo esto está acabando con tu capacidad de ilusionarte y proyectar con ello actitud positiva. Pero puedes ponerle fin pensando que siempre hay un futuro mejor al que puedes llegar y que ese futuro mejor se construye desde hoy.
¿Qué ganarías realmente si te ilusionaras?
  1. Optimismo: ilusionarte por las nuevas metas y diseñar planes de acción facilita el verdadero optimismo. Por eso, si no trabajas la ilusión, el desánimo se apoderará de ti. Porque, en el fondo, no consigues nada, solo dejas que la apatía venza.
  2. Productividad: los cerebros ilusionados hacen más cosas, son más activos y asumen las tareas con entusiasmo. Se mueven rápida y deliberadamente, y siempre tienen la actitud de intentar hacer las cosas de la mejor manera. Cuando tienes ilusión, eres capaz de todo. Por lo tanto, si no te ilusionas, tu productividad bajará, porque creerás que no puedes hacerlo y, además, no encontrarás una motivación para el esfuerzo.
  3. Autoestima: las personas ilusionadas sobresalen. Los demás las respetan por sus logros, admiran sus agallas y les ofrecen su ayuda, pues desean tener alguna relación con gente ganadora. Si bien es cierto que también generan celos en personas inseguras, la mayoría reconocerá su presencia y eso será un potenciador para la autoestima. Por lo tanto, si no tienes ilusiones, no te verán como una persona motivada y dinamitarás tu autoestima y tus relaciones sociales positivas.
  4. Estabilidad: al estar ilusionado por algo, te concentras y no te distraes ni te alejas de tu destino, ya que, si esto sucede, reorientas tus actos. Estás sintonizado con el objeto de tu motivación y esto estabiliza tus acciones. Por lo tanto, si no te motivan las ilusiones, tu vida será una montaña rusa emocional y tu estabilidad será únicamente un lejano anhelo.
Optimismo, productividad, autoestima y estabilidad... ¿No son acaso elementos por los que te gustaría ser reconocido? Si te ilusionas, lo serás.
 
Modificar. Si has llegado hasta aquí con la intención de seguir tu proceso, es porque hay elementos que no has sido capaz de simplificar. Quizás eran demasiado complicados. Hubo un momento en el que debías relativizarlos. Pero, si no lo has conseguido, es porque quizá los pensamientos negativos han podido contigo. Contra ellos, la fase de positivizar. Pero parece que ni siquiera eres capaz de ver el lado positivo de algunos aspectos cuando llega el momento de crear tu propia versión e ilusionarte con ello...  
Si el problema persiste, recuerda... O encontramos la llave en otro lugar, o buscamos una ventana para acceder. Es evidente que algo debemos cambiar.
Tu vida es cambio. Y cada vez que cambias, lloras y pataleas. Todo es cambio y, para avanzar, hay que volver a cambiar. Si realmente en tu vida tienes algo que no has podido simplificar, relativizar, positivizar o conseguir que te ilusione, ha llegado el momento de pensar en cambiar. Es decir, eliminar ese elemento de tu vida o abordarlo desde un punto de vista radicalmente diferente. Nunca te golpees contra un muro. Él no sangra, tú sí.
El primer problema para no modificar una situación es sin duda la costumbre. Como es algo que ya hemos aceptado así, solo podemos mantenerlo. No está en nuestra mano modificarlo.
Aceptamos las costumbres como realidades absolutas ajenas a nuestro alcance, ya que están establecidas por otras personas, y eso nos da una falsa sensación de seguridad.
Al ser animales sociales, preferimos no destacar, evitar las consabidas críticas externas y seguir la dinámica masificada sin aportar una nueva fórmula pese a que ello favorezca nuestra felicidad. Es decir, apostamos por el conformismo y el pequeño sacrificio, deslegitimando la modificación positiva.
El segundo obstáculo al que nos enfrentamos cuando tratamos de modificar algo es el miedo a lo desconocido. Ya hemos hablado de la frustración o de la incertidumbre, y esto va por la misma línea. Alguien dijo: “Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo?”. Hasta que se arruinó porque se dio cuenta de que realmente había dejado de funcionar... demasiado tarde. Como rellenamos lo desconocido con información de pervivencia, precaución o miedos, siempre creemos que es mejor lo conocido, aunque no nos guste, que un cambio cuyas consecuencia no sabemos si serán más desagradables.
Un ejemplo. Hace tiempo que tu relación de pareja no te hace feliz. Ya no te levantas cada día con sensación de plenitud ni con esas ganas de cuidar y mimar a la otra persona. Sin embargo, ya llevas tres años con ella, y ya sabías que esto podía pasar, así que lo mejor es no provocar una discusión, y sigues manteniendo la relación que ya no deseas. Así, irás sumando días a esa relación sin provocar el cambio. Habría sido mucho mejor establecer una estrategia positiva o conductual para que el cambio fuese progresivo en caso de querer mantener la relación, o directamente poner fin a esa unión si la situación es insostenible.
La soberbia de creerte mejor y sin nada que aprender, el bloqueo ante el miedo a lo desconocido, conformarte o dejarte arrastrar por las costumbres y seguirlas sin replicar para no destacar o evitar las críticas. Estos elementos están acabando con tu capacidad de modificar tu vida y lo que te hace daño. Esto acabará con tu actitud positiva, a no ser que decidas realmente acabar con ello.
¿Qué ganarías realmente si modificaras?
  1. Esperanza: los procesos de estrés son espirales internas que se basan en la repetición de un patrón erróneo y en la victoria de una creencia limitante. Modificar aquello que no nos hace bien en nuestras vidas cambiando radicalmente su esencia o eliminándolo nos devuelve la esperanza y la seguridad. Por lo tanto, si no puedes gestionar esos elementos y permanecen en tu vida sin modificación, estarás alimentando la frustración y el estrés.
  2. Equilibrio: los cerebros funcionan con equilibrio y seguridad, siempre que estén orientados a alternativas que los protejan y en las que la pervivencia esté garantizada. Por lo tanto, no eliminar o modificar un elemento que te genera ansiedad o dolor establece un vínculo de culpa y autocastigo, y destruye el equilibrio deseado.
  3. Utilidad: las personas que toman las riendas y deciden cambiar o eliminar aquello que les hace daño se sienten útiles y proactivas. Son dueñas de un destino que ellas han aceptado e, incluso, si se diesen consecuencias negativas, las verían como parte del proceso elegido y no impuesto o aceptado con sumisión. Por lo tanto, si no eliminas o modificas, minarás tu sensación de utilidad y seguramente caerás en el conformismo.
  4. Libertad: al ejercitar la habilidad del cambio, entrenamos al cerebro para eliminar cadenas invisibles y en muchas ocasiones autoimpuestas, generamos ilusión y nos sentimos libres para hacer y decidir, asumiendo que el resultado obtenido es el que se ha elegido y no es impuesto. Por lo tanto, si no trabajas la modificación o eliminación de lo que te hace infeliz, nunca te sentirás realmente libre.
Esperanza, equilibrio, utilidad y libertad... ¿No te gustaría acaso sentirte reconocido en estas palabras? Si modificas o eliminas aquello que te hace daño, lo conseguirás constantemente.

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Biografía del autor

Rubén Turienzo

Rubén Turienzo es fundador de la compañía Influencia Social y creador del método SIMPLE del carisma. Interesado en la innovación y la superación dentro del ámbito personal y empresarial, ha creado y dictado programas sobre liderazgo, marketing, aprendizaje en equipos, carisma e influencia social. Además ha desarrollado procesos en empresas y multinacionales como Disney, Mapfre, Red Bull, Zurich, Media Markt, Bancaja, Adecco o Coca-Cola, entre otras.

 

Estudió Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, cursó un máster en Psicología y otro en Coaching, y cuenta con un MBA por la Universidad de Barcelona. Es profesor de varias titulaciones relacionadas con la gestión de personas y el liderazgo social en varias escuelas de negocios como San Pablo CEU, EUDE o ESADE, así como en la Universidad Camilo José Cela, donde ha impartido sus clases con grandes dosis de creatividad y participación.

Ficha técnica

Editorial: Alienta

ISBN: 9788415678007

Temáticas: Habilidades directivas Gestionar situaciones de crisis

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Comentarios

Aborda los qué de nuestra negatividad y los porqué del cambio, pero no aporta herramientas para aplicar dichos cambios con el fin de mejorar. En este sentido, es mucho mejor leerse "el perro positivo" (que también se encuentra en esta plataforma resumido) ya que este si aporta herramientas sencillas, tanto de entender como para llevar a cabo.