Introducción
Millones de personas inteligentes en todo el mundo a menudo no consiguen desarrollar todo su potencial por el miedo al fracaso. Muchos ni siquiera son conscientes de que tienen este problema. El miedo a fracasar cambia nuestra conducta de tal manera que convierte este fracaso casi en una certeza, en una profecía autocumplida. El miedo paraliza nuestra toma de decisiones, trastoca nuestro buen juicio y destruye nuestra creatividad.
Las malas noticias son que los trastornos como el miedo al fracaso o la autoestima baja son innatos. Una vez infligidos, de la manera que sea, están ahí para quedarse. Las buenas son que podemos aceptarlo y, a pesar de todo, hacer grandes progresos. De hecho, un progreso fuerte y sostenible solo será posible una vez que hayamos aceptado que nuestros miedos y nuestras convicciones primordiales son algo con lo que hemos de acostumbrarnos a vivir. Podemos aprender a vivir con quienes somos, incluyendo nuestras inseguridades. Podemos alcanzar nuestras metas, siempre que sean acertadas.
El éxito no tiene que ver con ser ambiciosos. Lo que separa a los ganadores de los perdedores es cómo se enfrentan al fracaso. La capacidad de caerse de bruces sin que esto socave el deseo de seguir intentándolo es la cualidad más importante que poseen esas personas.
Este libro ofrece ayuda a los que se vean paralizados por el miedo al fracaso. Les brinda una manera de avanzar con consejos para enfrentarse a los temores que les asaltan en cada etapa de sus vidas, y explica por qué y cómo podemos pensar y actuar de una manera diferente con el fin de alcanzar un resultado mejor.
Primera parte: ¿Qué te detiene?
Miedo. El miedo puede iniciarse en nuestra infancia y crecer con nosotros hasta convertirse en una fobia incontrolable que puede paralizarnos mentalmente. También puede alcanzarnos en varias etapas de nuestra profesión, incluso cuando parece que estamos fuera de su alcance o cuando hemos forjado una confianza sólida en un campo en particular.
John W. Atkinson, de la Universidad de Stanford, con su trabajo sobre “motivación para el éxito” llegó a la raíz de por qué tantas personas tienen miedo al fracaso. Atkinson asignó a unos grupos de niños tareas relacionadas con el logro, y observó que las abordaban de una de dos maneras: esperando el éxito o esperando el fracaso. Atkinson llegó a la conclusión de que la actuación de una persona venía dictada por si tenía un nivel innato alto o bajo de "motivación para el éxito". Observó que, si se les dejaba que eligieran sus tareas, los que tenían una motivación alta para triunfar elegían tareas con un nivel medio de exigencia, porque se centraban en las recompensas del éxito. Por el contrario, los que la tenían baja, o tenían mucho miedo a fracasar, se ponían nerviosos incluso ante tareas de una dificultad intermedia y, en muchos casos, trataban evitarlas por completo.
Otro de los descubrimientos de Atkinson era bastante paradójico: las personas que tenían miedo al fracaso solían intentar tareas consideradas muy difíciles o casi imposibles. Así, mientras los que estaban muy motivados para triunfar elegían tareas exigentes, pero alcanzables, previendo el éxito y la recompensa, los que tenían miedo al fracaso únicamente escogían aquellas tareas que estaban casi seguros de completar o aquellas en las que estaban casi seguros de fracasar. Por ejemplo, Atkinson hizo participar a los niños en un juego consistente en lanzar anillas a una estaca. Los que estaban muy motivados para triunfar se colocaban a una distancia atrevida, pero realista de la estaca, mientras que aquellos con mucho miedo al fracaso se situaban o bien encima mismo de la estaca, o a tanta distancia que el éxito era casi imposible.
En conclusión: a los que tienen una alta motivación para triunfar no les preocupa la posibilidad de fracasar y tienden a sentirse estimulados por situaciones que entrañan un cierto grado de riesgo. Es más probable que acepten retos donde la probabilidad de éxito solo sea posible, y perciban las tareas fáciles como algo aburrido o indigno de ellos. En cambio, los que tienen miedo a fracasar temen la humillación pública y, por lo tanto, tratan de evitar lo que encierre un potencial de fracaso. Es más probable que solo intenten o bien tareas muy simples o bien casi imposibles, sencillamente porque socialmente las consecuencias del fracaso serían juzgadas con benevolencia debido a que el éxito era muy improbable y se les reconocería el mérito de haberlo intentado.
El fracaso como experiencia positiva. El fracaso puede ser una experiencia positiva si es así como decidimos verlo. Si lo vemos como un hito o lección en el camino al éxito, eso es lo que será. Si, por el contrario, lo vemos como una condena total y definitiva de nuestro carácter, ese será el resultado.
El fracaso de un proyecto puede mellar la reputación, e incluso la autoestima, de los involucrados. Pero en modo alguno hay que entenderlo como una condena definitiva y fatal de las personas, sino solo del proyecto en sí mismo. Las personas involucradas empiezan de nuevo, un poco magulladas, un poco más sabias, pero ciertamente no son condenadas para siempre.
Si pudiéramos ver el fracaso individual de esta manera, quizá podríamos reducir su aplastante enormidad y su carácter irrevocable. Aunque no eliminemos el dolor, seguramente podremos disminuir el grado en que un revés o una serie de reveses confirman nuestra mala opinión de nosotros mismos.
Y es que, en la vida, no hay fracasos: solo hay resultados. Si el resultado no era el que queríamos, deberíamos aprender de la experiencia y tomar decisiones mejores en el futuro. Lo importante es aprender del fracaso. Lanzarnos, cometer errores, reconocer el error, aprender y volver a intentarlo.
La clave reside en no buscar el fracaso, pero tampoco temerlo: asumirlo, incluso el fracaso personal, como parte del viaje.
Para los que tienen mucho miedo al fracaso es importante comprender esto. En muchos casos, los reveses no solo se cumplen debido a nuestro miedo al fracaso y a los correspondientes cambios que esto conlleva; cuando ocurren estos reveses debemos condicionarnos para no aceptarlos como definitivos. Son "un" resultado, pero no “el” resultado. De hecho, es probable que sigan siendo un buen resultado cuando aprendamos la lección, reagrupemos nuestras fuerzas y lo hagamos de nuevo con una mayor sabiduría.
Pablo Díaz
me ha dado una idea brutal este libro